sábado, 10 de mayo de 2014

-.Héctor Pedro Blomberg (18/3/1889 – 3/4/1955)… La voz de los puertos.- Fernando Prim


Publico este homenaje a don Hector Blomberg, publicación que también pretende ser un abrazo a la distancia a todxs lxs amigxs que están lejos (o de los que yo estoy lejos) y un homenaje a lxs que ya no están. Este texto apareció en "En la cancha de ven los pingos Nº 32 (enero-febrero 2014)". Saludos a Fernando que, antes de que escribiera estas lineas, me mostró a este gran escritor, que seguramente era tan cachivache como nosotros. Saludos a Julito Blomberg -Loco Julio o Julio julia'o, como se conoce de este lado de la cordillera- que también es una gran amigo, que también inspiro estas lineas y que también tiene el amor por los viajes y las aventuras como su tio abuelo. Brindo con una malta en la mano! Un abrazo desde la orilla del mar austral!
  

-.Héctor Pedro Blomberg (18/3/1889 – 3/4/1955)… La voz de los puertos.-

por Fernando Prim.

 

 


         Nacido en la calle Santiago del Estero 236 en la barriada de Monserrat y fallecido por la misma zona, en Caseros 731. Cuantos pelados de aquella época que frecuentaban aquel barrio no habrán parado en la puerta de esa casa? “De las ondas arrulla la gran canción oscura / el sueño de esos muertos que la mar devoró, / de los héroes ahogados de una enorme aventura, / de una edad formidable que nunca escribió. / las noches y las allas del océano están llenas / de sus tristes y errantes sombras, / y en altar mar sueñan los navegantes que fueron las sirenas / cantando en las estelas hirvientes, al pasar. / Oh muertos de los mares, muertos de miles de años / que hablan en los oleajes con acentos extraños / que sólo algún piloto muy viejo comprendió / en las noches oceánicas, misteriosas y ahogadas” Hector Blomberg.- El puerto aquel de infinitas batallas contra invasiones, conflictos entre federales y unitarios, antiguo símbolo de prosperidad y de explotación laboral. Los puertos que se encuentran olvidados en las mentes de los que habitamos esta ciudad. Los puertos que escondidos siguen vigentes, donde sus trabajadores portuarios continúan hasta hoy trabajando a destajo entre las aguas turbias del rio de la plata. Olvidados los puertos del barrio de la Boca en donde oxidados barcos están encallados en frente de la isla Maciel. O como el de retiro, atrás de toda esa cité moderna que trata de despojar a la ciudad de ese complejo que tanto le dio de comer a Buenos Aires en épocas remotas. Quizás en la ciudad de Ensenada, su puerto junto con los astilleros sea el más recordado por sus habitantes gracias a sus fuentes de trabajo en la fabricación naval.  Pero a principios de siglo XX ese lugar era un extraño paraje de singulares especies humanas y el único y primero que pudo dar un pincelazo de lo que ocurría en aquellos lugares lúgubres y oscuros fue el gran Héctor Pedro Blomberg, escritos y protagonista de una vida llena de aventuras y desventuras. En el puerto se encontraban los hombres más audaces de Buenos Aires, esa ciudad en plena ebullición. Laburantes, vagabundos, errantes y “soñadores de bajos fondos”… a esa gente, esa gente excluida y dejada, a la deriva fue la que describió Blomberg. Algunos historiadores del barrio mencionado se preguntan si Homero Manzi es sinónimo de Boedo, Héctor Pedro Blomberg no lo es del barrio del Restaurador? Buenas preguntas se hace esos comuñes.

Era una bruja extraña y familiar
bebía más que los fogoneros en las sucias tabernas del puerto.
Se arrastraba sobre sus viejas piernas
hacia los muelles cuando algún barco volvía.
en las noches inquietas del “waterside” porteño
hallaba sollozando, ebria en cualquier café,
de su belleza muerta, su país brasileño,
su juventud lejana y el hombre que se fue.
El hombre se había ido hace cuarenta años,
y ella acechaba siempre los semblantes extraños
cada vez que los barcos regresaban del mar.
y entre dos borracheras, un día y otro día,
en su ilusión terrible soñaba todavía
hallarlo, aquella bruja trágica y familiar

La bruja Héctor Pedro Blomberg.

         En los sonidos rudos y originales del punk rock se me hace difícil encontrar alguna conexión con los puertos. Quizás, gracias a la inclaudicable búsqueda por conocer bandas de los países más raros de parte de mi amigo Cuki, podríamos citar a la vieja banda holandesa Komintern Sect y sus loas al puerto de su ciudad en la canción “Amsterdam”. Cómo olvidarse de esos casi 14 minutos de la gloriosa “Rima del Anciano Marinero” de Iron Maiden con sus guitarras que evocan sonidos portuarios donde hasta se escuchan los golpes del barco contra un perdido muelle en la mitad de la canción. Pero fundamentalmente se me viene a la cabeza los ritmos épicos y las letras oscuras y misteriosas de los Pogues con su disco “Rum, sodomy and the lash” de 1985. Irlandeses ellos casi en su totalidad, seguramente esas historias de inmigrantes y emigrantes, trabajos duros de sus ancestros y bares atestados de personajes y alcohol hayan llegado a sus oídos desde muy jóvenes. A su instrumental “Wild cats in Kilkenny”, con una atmósfera muy oscura también, le siguen las nostálgicas “navigator” y la representación de una historia de inmigrantes en “thousands are sailing”, además de siempre nombrar a puertos de cada rincón recóndito de todos los continentes. Similar es la pluma y visión de nuestro amigo Hector Pedro Blomberg quien no deja de citar puerto de Cabo verde, Buenos Aires, Liberpool, Kandapur, Praga, Shangai, Bombay, la Habana y Ceylan, entre otros tantos. Pero Blomberg no sólo le canta a esos errantes y viciosos personajes que destilan olor alcohol en los muelles y tabernas cercanas a la tropilla laburante de marineros sino también le dedica unas cuantas líneas a personajes navales argentinos con nostálgicas estrofas para tipos como Azopardo, Espora y Brown. Un poco como se disfrazaron los Pogues para el arte de la contratapa del disco ya mencionado, con uniforme de capitanes y marineros, tanto Blomberg como la banda de folk irlandés fusionado con el punk nos dejaron cierta imágenes e impresiones acerca de esa vida tan olvidada en estas épocas como lo es la del puerto con todo su bagaje a cuestas.

En un café pequeño, un bar triste y oscuro incrustado en la dársena
una vieja irlandesa sirve a los pocos clientes una mala cerveza.
hay un violento cromo del rey Jorge en el muro.
entre los humos acres de aquel alcohol impuro
adormece el opio sutil de mi tristeza;  
un mono de los trópicos chilla bajo una mesa
y ebrio canturrea con acento inseguro.
una tragedia humilde, misteriosa, se siente en aquel bar…
y cuando se va el último cliente,
con los brazos sobre una mesa, se oye llorar a la vieja irlandesa
que todavía sueña con los ojos azules de aquella
su pequeña que se fue para siempre, una noche, del bar

 la Irlandesa del Bar de H. P. Blomberg.

         Con sus antológicos textos como “Soñadores del bajo fondo”, “A la deriva”, “Los habitantes del horizonte”, “Bajo la Cruz del sur” y escritos más líricos que se encuentran en sus libros de “Poesías y mejores canciones”, algunos de ellos transcritos en estas hojas, Blomberg nos convence de que es un enamorado de todo lo que puede encontrarse y acontecer en ultramar. Y si alguien no lo convence esperen a escuchar su historia, la cual se podría resumir en este extracto: “un día de 1911, con apenas 21 años, mientras paseaba por el puerto de Buenos Aires, se detuvo frente a un trasatlántico. A qué hora parte?, le pregunto a un marinero. Al mediodía, fue la respuesta. Presuroso Corrió hasta su casa, llenó una pequeña maleta y le dio un beso a su madre. A dónde vas hijo?, A Noruega, mamá. La ausencia de este primer viaje duró dos años.” O las propias palabras de este glorioso autor: “siempre he hallado, en todos los puertos que he conocido, una atracción irresistible. Quizás alguno de mis antepasados, los viejos noruegos, de los cuales desciendo, hayan visitado los mismos puertos que he conocido y viajado, porque la ciencia no explica cómo llego hasta mi, a través de generaciones, ese amor por el mar, sus hombres y sus cosas”.

Los muchachos están ebrios en el bar
un velero quiebra el agua del canal.
La Australiana esta borracha de coñac;
y era bella en otro tiempo…
no es verdad que era hermosa, en la ribera de otro mar cuando tú eras un
                                                                     grumete de mi edad?
Pero ahora, pobre Maggie, como está…
¡Por qué lloras sobre el whisky capitán?
un borracho está cantando sin cesar
un cantar de los errantes
y en el piano, el inglés ciego toca un vals
la luz vuelca una amarilla claridad
en la mugre y la miseria de este bar
que fundara hace treinta años, tal vez más,
aquel ex campeón del mundo, Tommy Sand…
Muelle sucio, turbio cielo, viejo bar;
alma triste de los hombres que se van,
de los hombres que no vuelven nunca más.
El borracho ya ha dejado de cantar… la australiana se ha dormido, capitán…

En el bar de la australiana, H. P. Blomberg.

         Quizás aquella ebullición de aquella época que dio al puerto tener ese engranaje de personajes y esas cualidades parecidas a un mercado humano donde la gente trata de sobrevivir a cualquier precio, lo más parecido que pueda ser ese complejo lugar sean las actuales vías y estaciones de cualquier línea ferroviaria de la ciudad de Buenos Aires donde te podés topar a toda esa manga de personajes suburbanos tratando de superar los reveces de la vida. Tanto en los antiguos puertos como en las actuales estaciones ferroviarias y asentamientos lindantes a ellas podrás encontrar ciertas similitudes salvando la distancia de lugares, épocas, códigos, contextos sociales, políticos y económicos. La cultura como visión de la realidad, como postal de lo que fue una época, como un libro de historia donde te informa como llegaron y se fueron muchos de nuestros antepasados, de cómo yugaron para tener cierto porvenir en estas tierras inhóspitas para muchos de ellos. Algún día, quizás en 60 años, algún purrete podrá leer textos y cuentos sobre chatarreros, vendedores en los trenes, furgones atestados de vicios baratos, laburantes errantes y sin futuro, cantinas enfrentadas a las vías del tren y músicas tropicales en alto volumen para saciar angustias de un pueblo que todavía que todavía no aprendió o no le enseñaron o no le quieren enseñar a saber cómo vivir.

Bajo los resplandores sangrientos, mortencinos
que arroja en cada curva un trémulo farol
sueñan los harapientos y rudos aladinos
con talismanes de opio, con lámparas de alcohol.
Perfumes de las tierras soleadas y distantes…
el Támesis suspira, trágico y gris,
y pasa por los barcos y las almas errantes
el gran soplo nostálgico de un perdido país.
Es de noche en el Támesis, los marinos chinos
en las cuevas del Wapping sueñan sus peregrinos
sueños de opio y muerte, al alba partirán.
Y en la trágica bruma misteriosa y espesa,
los navíos reposan bajo la noche inglesa
y sueñan con los cielos ardientes de Ceylán.

 Barcos Dormidos de H. P. Blomberg.

         Dedicado a un amigo de ley, Julio Blomberg, apellido que destina a ser un hombre con ansias de tener mil aventuras, desventuras, malos tragos, alegrías y por sobre todo un cuore plagado de bondades y buena leche. Y no les miento, nuestro amigo tiene todo eso y más. Un fuerte abrazo Julio.-

Aquí estoy con los chinos y las dos irlandesas
que llegaron a bordo del Jamaica Marú
Maggie, la mayor, tiene ojos como turquesa
y bebe gin en este viejo bar del Dock Sur.
Nancy, la menor de ellas, parece gitana,
pero nació en el barrio más pobre de Dublin;
Arden en sus ojos una pasión lejana
y en su pálida frente hay una cicatriz
de dónde la trajeron los chinos taciturnos?
Maggie me habla al oído: los conocí en Shangai…
En el bar se morían los murmullos nocturnos
y en los labios de Nancy se apagaba un cantar…
El Marú había partido rumbo a Yokohama
Maggie me ama en las noches siniestras del Dock Sur;
Me hablaba de su vida errante
y una llama de pasión palpitaba en su mirada azul.
Pero yo amaba a Nancy, la irlandesa morena;
los chinos, silenciosos, miraban a las dos;
las casuchas dormían bajo la luna llena
y en los negros navios temblaba un resplandor.
Nancy! Nancy! Una noche su canción quedó trunca,
los chinos dormitaban abajo borrachos chandú…
Pobre Maggie! Esa noche bebió más gin que nunca
y se arrojó a las aguas oscuras del Dock Sur.


Las dos Irlandesas H. P. Blomberg.-

Gracias a Neco por escanear el pasquin!