A mi amigo Eduardo le gustaban los días nublados
pero sin lluvia, pa’ poder echarse, donde dejaban los remolques de camiones
abandonados, a tomar Pilsen. O, mejor aún, pal 18, cuando la hierba ya tenía
medio metro de altura, tirarse en el peladero a mirar a los viejos y los
pendejos encumbrando volantín, como la champa 'e pasto estaba alta los pacos no
nos podían ver ahí echaitos contentitos tomándonos unas frescas, o algún brebaje
que nos ofrecía la temporada y esperando a ver quién se piteaba el volantín de
quién. Así muchos días y tardes pasaron, siempre con la sonrisa ancha, la
ilusión del presente más grande que la chucha, la confianza que el futuro
estaba muy lejos y que no hay nada mejor que estar siempre con los perros del
barrio, fieles y conocidos.
Así vivía mi compa’re, entre su música, su
alegría, las pilsen y sus estudios por ahí en el Inacap al la’o de la caletera,
donde asistía, cumplía y aprendía weas que decía le servirían mucho pa’ después
hacer algo, que esta wea no da pa’ siempre de andarse enbacallando to’a la vida
con los taitas y amigos: hay que salir pa algún la'o. Una forma de no sentir
las carencias económicas ni dejarse inundar por la angustia de estar en la
mierda y saber que el chanco esta ya pela’o y nunca se llegara a repartir de
otra forma.
Al
Lalo le gustaba cach'á el Metal, pero el Punk lo traía bastante inquieto,
siempre sencillo con su buzo y alguna polera sin logo se paseaba por el frontis
de su casa esperándonos llegar con las Pilsen.
-tengo una wea pulenta -me decía- cachái esta wea?
-apuraba mientras saboreaba un sorbo.
-Terrible rápida y directa weón- Me dijo una ves,
con un cassette de Los Crudos en la mano.
Pa’
el nada pertenecía a nada, nunca milito en el hardcore por ser, seguro, una
pandilla elitista de ideas demasiado complicadas y el metal más puritano con su
general falta de humor lo traía sin cuidado. Eduardito llevaba su propio ritmo
de Quilicurano de siempre, de extrarradio perdido fuera de una capital enardecida
por un ego violento.
Sin
nada que perder, pero devorando en el Walkman todo lo que podía encontrar. Así
entraban los cassettes de Paradise Lost, de preferencia, Splatterpunk, the
Accused, Exploited, My Dying Bride, Anathema, Fiskales, Slayer, Exodus,
Moonspell, Supersordo, Kreator, Anthrax, Bad Religion, Wasted Youth, Undercroft
y cuanta wea llegara pa’ copiarse los tapes y vacilar la vida que si no estaba
terrible gris y en la calle se sentía que los pacos aún no se olvidaban de sus
gloriosos días en los 80s.
Y mi hermanito entre sus cursos de
soldadura, gasfitería, su polola, los carretes que nos pegábamos los findes, a
veces yo aun luciendo el uniforme del
colegio -que se ganaba sus máculas de tinto garrafero y Báltica- se
pasaba los días, así cagandonos de risa de sus ocurrencias y dichos. Era un
weón agudo que esperaba y sabia cuando tirarla, pensándola, analizando,
preocupado por algo que lamentablemente nunca llego.
El
Edu, pese a su curso de prevención de riesgos, sufrió un terrible accidente que
le sesgo la existencia y nos quitó la sonrisa, nos hizo envejecer y en parte
dividió el núcleo de amigos que fuimos, para bien o mal, las experiencias se
sienten, y más aun si son fuertes con tintes de brutalidad.
Siguiendo la maldición del
proletariado, un buen día se dispuso a soldar una extensión de la casa de su
madre, con resaca o sin, no importa, esta wea le podía pasar al más ducho o al
más longi, pero le toco a él, al Lalo. Así que el balón de gas y la
conchesumadre se desengancho y el fuego lo fue todo y de ahí historia mas o
menos resuelta, un hermano menos. Hicimos una vaca pa’ pagar los servicios
funerarios, me dejo tan caga’o que deje el tabaco y las drogas.
M. con el R. sus hermanos de toda la
vida en la calle, en la alegría y la miseria, le cavaron la fosa y el funeral
fue, era que no, de negro toda la gente, nunca vi tanto chascón y punki
llorando, y aun hoy cuando veo una wea graciosa, cuando me río, o cuando se me
retuerce la tripa de la injusticia de este mundo re culiao feo, miro al lado y
encuentro un vacío, y es mi wacho el Eduardo que ya se fue a tomarse las
pilseners a otro lado, pero puta que lo echo de menos, sea donde sea que estoy,
porque era más único que la cresta.
Lalo se fue al patio ‘e los callaos el mismo día que Joe Strummer, y
pese a nunca grabar un disco ni protagonizar ninguna escena memorable de algún
film, dejo una imagen indeleble en nuestras mentes y corazones. Y un rastro de
amargura en las calles de Quilicura, donde antes corría vino y chicha, ahora
aun entre los pasos de pendejos con Nikes y los viejos Huasos que aun van a
caballo, se siente una brisa de angustiosa carencia, es que el Lalito anda
perdido buscando un Personal Stereo donde escucharse su ultimo Tape, bien
fuerte con su Vodka Gaitero en la mano.