martes, 15 de abril de 2014

LA SOMBRA BAJO EL ESPINO (x Máximo Porki)

      Nuevamente nos sorprende Máximo Porki -mezcla rara entre carlitos baudelaire y el salo reyes después de su parálisis facial- con su prosa impía. Esta vez nos relata las andanzas de un grupo de amorales que luchan contra el aburrimiento en un barrio fabril semiabandonado.-

  


                                      LA SOMBRA BAJO EL ESPINO                                



         De despiadadas formas se suele vestir el infortunio y aún más desgraciadas son las representaciones que la miseria hace de ella misma. En este caso sombrío, las desventuras se desplegaban con excepcional violencia en el alma de un solo personaje, que arrastraba una enorme cadena de episodios sangrientos y obscenos haciendo gala de ellos como quien muestra orgulloso sus triunfos morales.
         No daremos nombres, basta  decir que sus apodos eran espantosos a los oídos afeminados y que sus pasos bajo las vanidades de la noche hacían trancar puertas por doquier.
         Sus sonoras risotadas nos llamaban a encontrarnos con él bajo la sombra infecta de un poste de luz. La tenebrosidad comenzaba con varios litros de la peor cerveza nacional y uno que otro cigarrillo de marihuana andina que volaba dos segundos y te hacía creer que eran dos horas. Casi siempre nos dábamos cuenta del horror de tamaña entidad al décimo cigarro, cuando su portentosa risa estallaba en los adoquines del barrio y la señora Leontina miraba la calle con el teléfono en la mano.
         Era la hora de la retirada compañeros, pero no al júbilo descanso de nuestros hogares, era la hora de que las calles malditas del entorno supieran la presencia de nuestras mugrientas pisadas.



         Las sombras suelen vestir inquietas pero sosegadas fantasmagorías y las desdichas acaban entrando paulatinamente en las mentes más inquietas.
         Era así como los pasos desaforados de nuestros deslucidos cerebros  tronchaban las baldosas del barrio, menos pobre que otros, pero decididamente más desnaturalizado. Como recién resurgidos buscábamos la mano benefactora del botillero amigo y juntando gamba tras gamba lográbamos sacar un par de botellas de algún destilado infame y un par de cajetillas de cigarros. Era ahí cuando el demonio hacía gala de su reputación y de entre sus ropas extraía un frasco  lleno de anfetaminas, tomaba un gran sorbo de una de las botellas y con infernal calma iba abriendo un puñado de capsulas y las volteaba en el interior de la bombona. El brebaje consiguiente se asemejaba a suero de leche y era amargo como aliento de perro. De ese potaje iluminador bebíamos todos por igual y más pronto que a última hora las más atrevidas e infames ideas se agolpaban en nuestros cerebros:

-¿Por qué no quemamos una micro?...

-¿Por qué no le sacamos la chucha al sapo culiao de la esquina?...

-¿Por qué no vamos a los corrales y nos piteamos la copa de agua?...

-¿Por qué no le tiramos una cadena al transformador?...

         La última de las andanzas había sido dicha como entre nubes por un enano maldito, cuyo nombre desconocíamos, y fue vitoreada por todos como la mejor imagen jamás dicha por alma alguna.
            La voz tronadora del protervo nigromante hizo callar a las demás:

-¿Y de dónde chucha sacamos una cadena?

         El enano desgraciado, que caminaba entre nosotros y que nadie sabía quién era o mejor dicho que es lo que era, se subió la polera grasienta y  mostró una tremenda cadena de cinturón:

-Aquí está la we’a…

         Decidimos que como él había sido el ideólogo de la afrenta la  llevará a cabo de la manera más inmediata posible. Nos encontrábamos en una bocacalle sin salida y nos dirigimos hacia la avenida principal donde rápidamente encontramos el objetivo y hacía él se destinó el mellado extremista. Vimos un rayo que atravesó el arco de cielo que dejaban ver los árboles y después hubo un sonido vibrante de mil demonios que hizo electrizar nuestros apretados dientes.
         El apagón se sobrevino de carácter inmediato y nos dimos cuenta que mejor noche no habíamos elegido para llevar a cabo el deleitoso cometido ya que las nubes cubrían el cielo de estrellas y la luna no había osado mostrar su cicatriciento rostro. A nadie le importó que reventara el sistema eléctrico del más miserable de la cuadra y que su casa terminara casi quemada.
         Huimos, amigos, pero no con la cobardía del medroso sino que con la sorna diabólica del enajenado ante la potencia ciclónica de su agraviosa burla.


         Los colmillos rojos de un lobo destrozando las carnes vivas de un pequeño infante o una mirada suplicante de una mujer violada serían aproximaciones validas a nuestra sensación de triunfo y gloria. Detuvimos nuestra carrera en una pequeña plaza a los pies de los gasómetros, colosales moles de metal en forma cilíndrica y que oteaban el barrio con ojos escrutadores como buscando el pecado. Tomamos aire y vaciamos las botellas, fumamos un rato y la desesperación viró sus intenciones hacía un asombro inmenso cuando las luces de emergencia de los depósitos se encendieron y el cielo antes todo oscurecido se llenó de constelaciones perfectas en simetría  y orden, nos vimos trasladados a planos geométricos interestelares donde dioses más bravos y antiguos que el universo mismo follaban galaxias completas y sus despojos inmundos eran arrastrados en sucesiones infinitas hacia golfos oscuros de desesperación.
         Supimos no ser nada ni nadie y la voz tronadora del pecado nos llamó hacia la luz para que la siguiéramos  en una imagen semejante al huevo que huye del sartén para caer en el fuego:

-Desde hoy nos iluminará un sol que jamás se pondrá y de fuego será nuestro aliento- Dijo, riéndose con una boca agrietada y de labios refulgentes.
Dimos rienda suelta al descalabro.

         Esa noche nuestro hermano fue capaz de sorprendernos en su búsqueda despiadada de placeres que siempre implicaban el sufrimiento de otros. No supimos ya de nada hasta bien entrado el nuevo día cuando dejamos abandonado un auto y rompimos un cerco para hacer entrada a un predio precordillerano para darle la bienvenida a un cajón de pilseners frías.


         Posibles trazas de una innominada enfermedad se yerguen en los corazones de los más desposeídos cuando frente al mal sienten la libertad deseada y es esa enfermedad la que los consume y no el maligno quien acaba con ellos.
         Recuerdo que era una mañana llena de nubes y neblina, muy fría, como si la humedad estuviera dentro de cada uno de nosotros y las pilseners no hacían otra cosa que templar aún más nuestros adoloridos cuerpos. Teníamos un compañero con severas heridas en un brazo y uno que otro comenzaba a arrepentirse de las bestialidades en las cuales había participado.

-No se hagan los jiles culiaos ahora y tómense las weas pa que nos vayamos.

       Su voz seguía siendo portentosa y brutal. Sus pies pisaban firme la húmeda tierra donde se encontraba inclinado y su cara no demostraba sentido alguno con sus ojos, miraba el vacío de la desesperación y su perfil se recortaba hacia el lado de la nada absoluta.
         Fue nuestro camarada herido quien se percató de la sombra esquinada en el espino que teníamos ladera abajo a uno cincuenta metros, se distinguía una forma simiesca agazapada envuelta en  raídos vestidos que se mantenía quieta como si el frío la dejara inmóvil. No faltó más para que el oscuro demiurgo se acercara hacia el lugar donde estaba la silueta y desde un costado del pino vimos como de un fuerte manotazo descubrió lo que  a distancia nos parecía una cabeza enmarañada de rizos oscuros. Un fuerte olor acre se esparció por la loma y se fue a perder en mi miedo visceral que de inmediato me trajo el recuerdo de lecturas adolescentes.

-¡Vengan a ver a este culiao feo conchetumare! ¡ Apúrense!

         Me fui resbalando hacia el lugar y no fuimos todos quienes vimos ese putrefacto rostro que dentro de una cabeza desproporcionada en forma de tabloide y de mandíbulas desmedidas contenía una prefigurada idea de aspecto humano lleno de grumos y granos pestilentes, como si una tremenda enfermedad lo atacara cruelmente. Con un desmedido golpe nuestro hermano hizo que el cuerpo se le doblara hacia un costado y su antes impávido perfil figuró una sonrisa que erizó de violencia y furia a nuestro condenado.
-¿De qué te rei conchetumare?
         Su furia  se  iba acrecentando más y más. El horrible enfermo no hacía más que sonreír. Nuestro demonio se acercó con un cortaplumas en la mano e intentó propinarle una estocada en pleno rostro pero la fétida momia con un movimiento inesperadamente rápido le arrebato la cuchilla sin que nada pudiéramos hacer para detenerlo. En ese momento comenzó a erguirse sobre sus  partes traseras y dejó de sonreír. No mediría más de un metro y medio de estatura y bajo la manta de lana agusanada que le cubría un piojento cuerpo se encontraba completamente desnudo. Entonces levantó un brazo en dirección hacia el hombre que recientemente lo había intentado asesinar y con una voz cavernosa de bosques inmemoriales le dijo:

-Basta Tsul, tu sol se ha puesto bajo mis dominios y es hora de que  pagues.

         Se acercó hacia nuestro demonio personal y  con un eficaz golpe lo derribó, después hizo que el cuerpo del malogrado quedara boca abajo y se dio vuelta debido a que toda la acción anterior había ocurrido de espaldas a nosotros. Entonces lo vimos, retrocedimos espantados y algunos profirieron horrendo aullidos. De la parte baja de su vientre se levantaba un miembro erecto de desmedidas proporciones, debía tener unos 80 centímetros de largo y un diámetro igual o superior a una botella de bebida de dos litros, era extremadamente rojo y su glande aún mayor en radio era de un violeta oscuro,  de la punta le goteaba un líquido amarillento similar al cerumen de los oídos y se  bamboleaba en toda su horrible fastuosidad.
         Un sinfín de sensaciones cuál de todas más repugnantes se agolparon en mi juicio cuando el bicho aquel de un manotazo certero le desgarro las ropas a nuestro amigo y comenzó a penetrar su orificio anal con aquel gigantesco pene inhumano. Nuestro conocido profirió un grito descomunal y quien lo abusaba le hundió la cabeza en la tierra. Tras cada embestida colosal el enorme miembro se iba tiñendo de un rojo aún más oscuro y luego de un momento infernal el cuerpo de nuestro amigo ya no se movió, pero la bestia no paró de abalanzarse hasta que su pene se hundió en las carnes hasta la raíz misma de los pendejos. Vimos como el ritmo de la penetración se hacía aún más rápido y supuse que el bicho aquel terminaría su labor así que di media vuelta y avance colina arriba lo más rápido que pude. Una horrible carcajada se vino encima de nosotros e inmediatamente un aterrador grito se desencadenó, me di vuelta en el acto y vi a otro de nuestros amigos siendo desgraciadamente penetrado por la bestia, solo atiné a seguir corriendo y no me detuve hasta cuando llegue a un retén de carabineros y entre llantos y vómitos les relaté lo acontecido.


         El perverso es aquel que conoce la virtud y niega de ella. No sé si Tsul conoció la nobleza de lo bello, no sé siquiera quien era él y porque ese despiadado lo vengó de esa manera, tampoco sé porque Tsul actuaba como actuaba y porque eligió nuestro barrio para demostrar su ferocidad. Nada de lo que diga me libra de lo que he realizado y no debo esperar más que infortunios en lo que queda de mi vida.
         Carabineros escrutó todos los rincones de esa colina y no encontró nada. No había  rastro alguno de mortales enfrentamientos y tampoco encontraron cuerpos que demostraran lo que yo había declarado.
         Todos me acusan de todo y solo es en las noches frías cuando vuelvo a escuchar los gritos desgarrados de mis pares cuando el inhumano les daba caza. Solo espero que estas paredes inmundas y llenas de lo peor de la sociedad logren confundirlo.
Máximo Porky
13-04-2014