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jueves, 2 de abril de 2015

Citas: historia


“Articular el pasado históricamente no significa descubrir el "modo en que fue" sino apropiarse de la memoria cuando ésta destella en un momento de peligro” (Benjamin, W. Tesis Sobre el Concepto de Historia, VI).




“convencido de que todo aquello que constituye la actividad histórica del hombre es una unidad, que el pensamiento es una unidad, veo en la resolución de cualquier problema cultural la resolución potencial de todos los otros, y entiendo como útil acostumbrar los intelectos a captar esa unidad en el múltiple aspecto de la vida: acostumbrar a la búsqueda orgánica de la verdad y de la claridad, a aplicar los principios fundamentales de una doctrina a todas las contingencias”. (Gramsci, A. La lengua única y el esperanto).



martes, 15 de julio de 2014

Deuda y culpa: capitalismo y religión. W. Benjamin



La condición de asalariado hace pensar en algunas usanzas del día a día que exhiben la lógica avasalladora que las invoca. Una horrible costumbre hay entre la “gente bien”: el hecho de pensar que al prestar dinero está haciendo un bien que deja en a la persona endeudada en una situación de deber que va más allá de la devolución del préstamo. O, en otro ambito, que sólo por el hecho de vender nuestra fuerza de trabajo ya tenemos un compromiso que va más alla de lo que está en el papel que firmamos junto con nuestro empleador. Pensemos en esta misma lógica pero aplicada al consumo por crédito que ocurre a diario en los aspecto básicos del vivir (alimentación, vivienda, salud, vestimenta, etc.), pero donde el prestamista es una entidad impersonal como un banco, un casa comercial o institución financiera. En todos estos casos, la palabra deuda adquiere significados que van más alla del simple compromiso de pago. El texto que publicamos a continuación fue escrito alrededor de 1921. En él se expone al actual sistema económico como si fuera un sistema de creencias religioso. Reconoce tres rasgos fundamentales del capitalismo: es una religión puramente de culto, utilitaria, no dogmatica; la celebración del culto es constante, sin pausa; y es un culto culpabilizador, en el doble sentido que tiene la palabra “Schuld” en alemán, en que fue escrito en el original, en tanto culpa y deuda. Este pecado exige una expiación que involucra al mismo dios, que está oculto. Una religión que no pretende salvar la vida, sino por el contrario, su absoluta destrucción.

El Consheleiro


[Im Kapitalismus ist eine Religion zu erblicken...] En el Capitalismo hay que ver una religión. Esto significa que el Capitalismo sirve esencialmente para satisfacer las mismas necesidades, tormentos o inquietudes a las que antaño daban respuesta las llamadas religiones.
            Esa estructura religiosa del Capitalismo no es sólo similar a “una imagen de estilo religioso” (así pensaba Max Weber), sino “un fenómeno esencialmente religioso”. Pero si hoy intentáramos dar la prueba de esa estructura religiosa del Capitalismo, acabaríamos en el callejón sin salida de una polémica universal y desmesurada. No podemos abarcar la red en la que estamos; pero más tarde nos daremos cuenta.
            No obstante, hoy ya es posible reconocer tres rasgos de esa estructura religiosa del Capitalismo:

a) En primer lugar el Capitalismo es una religión puramente de culto, quizá la más cúltica que ha existido nunca. No tiene una teología dogmática específica: en él todo cobra significado sólo a través de una referencia inmediata al culto. Desde esta óptica adquiere el utilitarismo toda su coloración religiosa.

b) Un segundo rasgo del Capitalismo relacionado también con esa concreción cultual, es la duración permanente del culto: el capitalismo es como la celebración de un culto “sans trêve et sans merci” (sin tregua y sin piedad). No hay en él “días laborables”, no hay un solo día que no sea “día de fiesta”, en el sentido terrible de una ceremonia sacra superdesarrollada: es como el desplie­gue máximo de aquello que se venera.

c) En tercer lugar, se trata de un culto culpabilizador. El Capitalismo es quizás el primer caso de un culto que no es expiatorio sino culpabilizador. A partir de aquí, este sistema religioso se ubica en la explosión de un movimiento monstruoso: una terrible conciencia de culpa/deuda (Schuld en alemán significa a la vez culpa y deuda) que no sabe liberarse, echa mano del culto no para expiar la culpa sino para hacerla universal, para grabarse en nuestra conciencia y, por último y ante todo, inmiscuir al mismo Dios en esa culpa para acabar interesándole en la expiación.
            La expiación, por tanto, no hay que esperarla ni del mismo culto, ni de la reforma de esa religión (que siempre debe apoyarse en algo más seguro que ella) ni en el abandono de ella. Más bien pertenece a la esencia de ese movimiento religioso que es el Capitalismo el aguantar hasta el final: hasta la completa culpabilización final de Dios, hasta la situación mundial de desesperación que ya hemos conseguido y en la cual todavía seguimos esperando.
            Ahí reside lo históricamente inaudito del Capitalismo: que la religión ya no significa la reforma de la vida sino su destrucción, la desesperación se transforma así en el estado religioso del mundo, del cual hay que esperar la salvación. La trascendencia de Dios ha desaparecido, pero Dios no ha muerto sino que se ha incrustado en el destino humano. Todo este cruzar el planeta-hombre por la morada de la desespera­ción, con la soledad más absoluta en su camino, es una actitud que deriva de Nietzsche: ese hombre es el superhombre, el primero que conoce la religión capitalista y comienza a practicarla.
            Un cuarto rasgo es que el Dios (del capitalismo) debe quedar escondido. Sólo puede ser invocado en el zenit de su culpabilización. El culto es celebrado por una divinidad inexperta; y cada pensa­miento o cada representación de ella, destroza el misterio de su madurez.
            También la teoría de Freud tiene que ver con el señorío clerical de ese culto. Lo reprimido, la representación pecaminosa y condenada es con mucho la analogía más luminosa del Capital que cobra intereses del infierno del inconsciente.
            La forma del pensamiento religioso capitalista se encuentra (también) magníficamente expresada en la filosofía de Nietzsche. La idea del superhombre empuja el salto apocalíptico no hacia la conversión, la expiación, purificación o penitencia, sino hacia un crecimiento constante que en sus últimos tramos se vuelve explosivo y discontinuo. Por eso, crecimiento y desa­rrollo resultan inconciliables (en el sentido del adagio “Natura non facit saltus”): el superhombre es el hombre histórico, cons­truido sin arrepentimiento y que atraviesa el cielo. Esa destrucción del cielo por el crecimiento de la capacidad dominadora del hombre, ya fue juzgada por Nietzsche como una culpabilización (deuda) religiosa; y sigue siendo eso.
            Y algo parecido en Marx: ese capitalismo incapaz de convertirse, se transforma en socialismo a través de los intereses simples y compuestos, que son una función de la deuda/culpa (¡atención a la ambigüedad de este concepto!).
            El capitalismo es una religión del mero culto, sin dogma. El capitalismo se ha desarrollado en Occidente –como se puede demostrar no sólo en el calvinismo, sino en el resto de las orientaciones cristianas ortodoxas- parasitariamente respecto del cristianismo de modo tal que, al final, su historia es en lo esencial la de su parásito, el capitalismo. -Comparación entre las imágenes de los santos de las distintas religiones, por un lado, y los billetes de los distintos Estados, por otro- El espíritu que se expresa en la ornamentación de los billetes.
            Las preocupaciones: una enfermedad del espíritu que es propia de la época capitalista. Situación espiritual (no material) sin salida que (deviene) en pobreza, vagabundeo, mendicidad, monacato de la vagancia. Una situación así, que carece de salida, es culpabilizante. Las “preocupaciones” son el índice de la consciencia de culpabilidad de la situación sin salida. Las "preocupaciones" nacen por el miedo de que no haya salida, no material e individual, sino, comunitaria.
            En tiempos de la Reforma el cristianismo no favoreció el advenimiento del capitalismo, sino que se transformó en él. Metódicamente habría que investigar, en primer lugar, qué vínculos estableció en cada momento el dinero con el mito, hasta que pudo atraerse hacia sí, tantos elementos míticos del cristianismo para constituir ya, el propio mito. El precio de la sangre. Thesaurus de las buenas obras. El salario que se le debe al sacerdote. Pluto como dios de la riqueza.
            Vínculo del dogma de la naturaleza resolutoria del saber y el capitalismo -propiedad para nosotros que lo hace, a la vez, redentor y verdugo-: el balance como saber redentor y destructor.
            Contribuye al conocimiento del capitalismo como una religión el hacer presente que, originalmente, el paganismo originario concebía la religión, no como un “elevado interés moral” "superior", sino, como el más inmediatamente práctico. En otras palabras, el paganismo fue tan poco consciente, como el capitalismo actual, de su naturaleza “ideal”, “trascendente”, y la comunidad pagana consideraban a los individuos irreligiosos o heterodoxos de su comunidad como incapaces, igual que la burguesía actual considera a sus miembros no productivos.

Walter Benjamin, Kapitalismus als Religion, Zur Geschichtsphilosophie, Historik und Politik, Gesammelte Schriften.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Experiencia. Walter Benjamin.

Traducción del alemán de Prasku Libertario. Extraído de la revista RRR, nº 1 - verano 2012, ciudad de México.


            Nuestra lucha por la responsabilidad la estamos librando contra seres enmascarados. La máscara de los adultos se llama experiencia. Es una máscara inexpresiva, impenetrable, siempre igual a sí misma. Todo lo han vivido ya estos adultos: juventud, ideales, esperanzas, mujeres. Todo resulto ser una ilusión para ellos. Frecuentemente nos acobardan o amargan. Quizás tengan razón. ¿Qué deberíamos contestarle? Todavía no hemos experimentado nada.
            
    Pero nosotros queremos intentar arrancar la máscara de los adultos. ¿Qué han experimentado ellos? ¿Qué quieren demostrarnos? Una cosa sobre todo: que ellos también fueron jóvenes, que también quisieron lo que nosotros queremos, que tampoco creyeron en sus padres, aunque la vida le enseñó que sus padres tenían razón. Por eso sonríen con arrogancia: esos nos sucederá también a nosotros. Desprecian de antemano los años que vivimos, hacen de ellos un tiempo de dulces idioteces juveniles, de delirio infantil, previos a la larga sobriedad de una vida seria. Así se comportan los bienintencionados, los iluminados. Conocemos además a otros pedagogos, cuya amargura no nos permite disfrutar de los cortos años de juventud. Seria y brutalmente nos quieren poner ya en la servidumbre de la vida. Ambos desprecian y destruyen nuestros años. Y nos imponen cada vez más el sentimiento de que la juventud es una corta noche: llénala de entusiasmo, después vendrá la verdadera experiencia, los años de compromiso, de pobreza intelectual, de falta de ímpetu. Así es la vida nos dicen, así viven todos ellos.

            Si, así actúan, siempre lo mismo, nunca lo otro: el sinsentido de la vida, la brutalidad. ¿Nos animan acaso a la estimulante grandeza, a lo nuevo a lo venidero? Claro que no, pues eso no se puede experimentar. Si todo sentido ya está fundamentado en sí mismo –la verdad, lo bueno, lo bello-, entonces ¿para qué queremos la experiencia? Allí radica el misterio, porque ellos no elevan nunca la mirada a lo grande y lo pleno de sentido, porque han convertido la experiencia en el evangelio de los filisteos. Han hecho de la experiencia el camino rutinario de la vida. Pero ellos nunca entienden que hay algo más que la experiencia, que hay valores, inexperimentables, a los que nos entregamos nosotros.

            ¿Por qué la vida para el filisteo es resignación y sinsentido? Porque él conoce sólo la experiencia y poco más. Porque se abandona a la resignación y el sinsentido. Y porque nunca tiene una relación intima, más que con lo abyecto y lo eternamente rutinario.

            Pero nosotros conocemos algo más, que ninguna experiencia nos da ni  nos quita: que la verdad existe, aunque todo lo pensado haya sido falso; que la sinceridad se debe mantener aunque nadie haya sido sincero. La experiencia no puede arrebatarnos tales anhelos. Sin embargo, ¿Qué será de nuestros padres, con sus gestos cansados y su arrogante desesperanza, tenían algo de razón? ¿Qué hemos experimentado nosotros? Lo que experimentamos es algo triste, ¿podremos fundamentar el coraje y el sentido sólo en lo inexperimentable? Entonces el espíritu sería libre, pero la vida lo rebajaría constantemente, pues el conjunto de nuestras experiencias, la vida misma, sería desolación. 

            Tales preguntas no tienen mayor relevancia para nosotros. Entonces ¿la vida seguirá hacia lo que el espíritu no conoce, o nos arrastrará como las olas hacia las rocas? ¡No! Cada una de nuestras experiencias tiene contenido. Nosotros mismos tenemos que darle a nuestro espíritu ese contenido. El insensato se conforma con el error: “nunca encontrarás la verdad” –dice al que la busca-, “yo ya lo vi todo”. Pero para él que busca, el error es sólo un nuevo indicio hacia la verdad (Spinoza). La experiencia carece de sentido y de espiritualidad sólo para aquellos abandonados por el espíritu. Para el que se esfuerza, la experiencia puede resultar dolorosa, pero no lo dejara desesperanzado.

            En todo caso, el que busca nunca se resignará en silencio y nunca se dejará adormecer por el sermón del filisteo. El filisteo se congratula por cada nuevo sinsentido. Él tiene razón y se convence a sí mismo: realmente, no hay espíritu. Pero nadie como él reclama una servidumbre estricta, una “reverencia” total hacia el “espíritu”. Si practica la crítica, debería entonces innovar, pero eso él no lo puede hacer. Para él no lo puede hacer. Para él, también la experiencia del espíritu, que intenta alcanzar de mala gana, se convierte en algo inespiritual. 

Díganle que cuando llegue a ser un hombre debe portar cuidadosamente los sueños de su juventud.

       Nada odia más un filisteo que los “sueños de juventud” (Y el sentimentalismo es frecuentemente el camuflaje de ese odio). Pues lo que pusieron de manifiesto era la voz del espíritu, que lo llamo también a él, como a todos los demás. Sueños que para él son el eterno y permanente recuerdo de su juventud. Por eso los combate. De su juventud, cuenta aquella experiencia gris y pesada, y al joven que fue lo alecciona riéndose de sí mismo. Sobre todo por porque es muy cómoda la vivencia sin espiritualidad, pero también resulta funesta. 

            Una vez más: nosotros conocemos otra experiencia, que puede ser enemiga del espíritu y negadoras de muchos sueños en flor. Sin embargo, es la experiencia más hermosa, intangible e inmediata, pues nunca carecerá de espiritualidad. Mientras permanezcamos jóvenes. Uno solo se experimenta a sí mismo, sentenció Zaratustra al final de su camino. El filisteo hace de la experiencia algo unívoco y carente de espíritu. El joven experimentará el espíritu y entre menos acepte la grandeza fácil, más encontrará al espíritu a lo largo de todo su camino y en todos los seres humanos. El joven, como hombre, será comprensivo. El filisteo es intolerante.

miércoles, 3 de julio de 2013

Capitalismo y religión. Walter Benjamin.

Este texto fue escrito alrededor de 1921. En él, Benjamin, expone al sistema económico actual como si fuera un sistema de creencias religioso (desde ya era una herejía contra la sociología de su tiempo y la teoría de la estructura y la superestructura). Reconoce tres rasgos fundamentales del capitalismo: es una religión puramente de culto, utilitaria, no dogmática; la celebración del culto es constante, sin pausa; y es un culto culpabilizador, en el doble sentido que tiene el término Schuld en alemán, en tanto culpa y deuda. Esta culpa y deuda exige una expiación que involucra al mismo dios, que está oculto. Una religión que no pretende salvar la vida, sino, por el contrario, su absoluta destrucción (nota del Consheleiro).

 
Dibujo de Miguel Brieva. puedes ver más aquí.



[Im Kapitalismus ist eine Religion zu erblicken...] En el Capitalismo hay que ver una religión. Esto significa que el Capitalismo sirve esencialmente para satisfacer las mismas necesidades, tormentos o inquietudes a las que antaño daban respuesta las llamadas religiones.
            Esa estructura religiosa del Capitalismo no es sólo similar a “una imagen de estilo religioso” (así pensaba Max Weber), sino “un fenómeno esencialmente religioso”. Pero si hoy intentáramos dar la prueba de esa estructura religiosa del Capitalismo, acabaríamos en el callejón sin salida de una polémica universal y desmesurada. No podemos abarcar la red en la que estamos; pero más tarde nos daremos cuenta.
            No obstante, hoy ya es posible reconocer tres rasgos de esa estructura religiosa del Capitalismo:

a) En primer lugar el Capitalismo es una religión puramente de culto, quizá la más cúltica que ha existido nunca. No tiene una teología dogmática específica: en él todo cobra significado sólo a través de una referencia inmediata al culto. Desde esta óptica adquiere el utilitarismo toda su coloración religiosa.

b) Un segundo rasgo del Capitalismo relacionado también con esa concreción cultual, es la duración permanente del culto: el capitalismo es como la celebración de un culto “sans trêve et sans merci” (sin tregua y sin piedad). No hay en él “días laborables”, no hay un solo día que no sea “día de fiesta”, en el sentido terrible de una ceremonia sacra superdesarrollada: es como el desplie­gue máximo de aquello que se venera.

c) En tercer lugar, se trata de un culto culpabilizador. El Capitalismo es quizás el primer caso de un culto que no es expiatorio sino culpabilizador. A partir de aquí, este sistema religioso se ubica en la explosión de un movimiento monstruoso: una terrible conciencia de culpa/deuda (Schuld en alemán significa a la vez culpa y deuda) que no sabe liberarse, echa mano del culto no para expiar la culpa sino para hacerla universal, para grabarse en nuestra conciencia y, por último y ante todo, inmiscuir al mismo Dios en esa culpa para acabar interesándole en la expiación.
            La expiación, por tanto, no hay que esperarla ni del mismo culto, ni de la reforma de esa religión (que siempre debe apoyarse en algo más seguro que ella) ni en la apostasía de ella. Más bien pertenece a la esencia de ese movimiento religioso que es el Capitalismo el aguantar hasta el final: hasta la completa culpabilización final de Dios, hasta la situación mundial de desesperación que ya hemos conseguido y en la cual todavía seguimos esperando.
            Ahí reside lo históricamente inaudito del Capitalismo: que la religión ya no significa la reforma de la vida sino su destrucción, la desesperación se transforma así en el estado religioso del mundo, del cual hay que esperar la salvación. La trascendencia de Dios ha desaparecido, pero Dios no ha muerto sino que se ha incrustado en el destino humano. Todo este cruzar el planeta-hombre por la morada de la desespera­ción, con la soledad más absoluta en su camino, es una actitud que deriva de Nietzsche: ese hombre es el superhombre, el primero que conoce la religión capitalista y comienza a practicarla.
            Un cuarto rasgo es que el Dios (del capitalismo) debe quedar escondido. Sólo puede ser invocado en el zenit de su culpabilización. El culto es celebrado por una divinidad inexperta; y cada pensa­miento o cada representación de ella, destroza el misterio de su madurez.
            También la teoría de Freud tiene que ver con el señorío clerical de ese culto. Lo reprimido, la representación pecaminosa y condenada es con mucho la analogía más luminosa del Capital que cobra intereses del infierno del inconsciente.
            La forma del pensamiento religioso capitalista se encuentra (también) magníficamente expresada en la filosofía de Nietzsche. La idea del superhombre empuja el salto apocalíptico no hacia la conversión, la expiación, purificación o penitencia, sino hacia un crecimiento constante que en sus últimos tramos se vuelve explosivo y discontinuo. Por eso, crecimiento y desa­rrollo resultan inconciliables (en el sentido del adagio “Natura non facit saltus”): el superhombre es el hombre histórico, cons­truido sin arrepentimiento y que atraviesa el cielo. Esa destrucción del cielo por el crecimiento de la capacidad dominadora del hombre, ya fue juzgada por Nietzsche como una culpabilización (deuda) religiosa; y sigue siendo eso.
          Y algo parecido en Marx: ese capitalismo incapaz de convertirse, se transforma en socialismo a través de los intereses simples y compuestos, que son una función de la deuda/culpa (¡atención a la ambigüedad de este concepto!).
            El capitalismo es una religión del mero culto, sin dogma. El capitalismo se ha desarrollado en Occidente –como se puede demostrar no sólo en el calvinismo, sino en el resto de las orientaciones cristianas ortodoxas- parasitariamente respecto del cristianismo de modo tal que, al final, su historia es en lo esencial la de su parásito, el capitalismo. -Comparación entre las imágenes de los santos de las distintas religiones, por un lado, y los billetes de los distintos Estados, por otro- El espíritu que se expresa en la ornamentación de los billetes.
            Las preocupaciones: una enfermedad del espíritu que es propia de la época capitalista. Situación espiritual (no material) sin salida que (deviene) en pobreza, vagabundeo, mendicidad, monacato de la vagancia. Una situación así, que carece de salida, es culpabilizante. Las “preocupaciones” son el índice de la consciencia de culpabilidad de la situación sin salida. Las "preocupaciones" nacen por el miedo de que no haya salida, no material e individual, sino, comunitaria.
            En tiempos de la Reforma el cristianismo no favoreció el advenimiento del capitalismo, sino que se transformó en él. Metódicamente habría que investigar, en primer lugar, qué vínculos estableció en cada momento el dinero con el mito, hasta que pudo atraerse hacia sí, tantos elementos míticos del cristianismo para constituir ya, el propio mito. El precio de la sangre. Thesaurus de las buenas obras. El salario que se le debe al sacerdote. Pluto como dios de la riqueza.
            Vínculo del dogma de la naturaleza resolutoria del saber y el capitalismo -propiedad para nosotros que lo hace, a la vez, redentor y verdugo-: el balance como saber redentor y destructor.
            Contribuye al conocimiento del capitalismo como una religión el hacer presente que, originalmente, el paganismo originario concebía la religión, no como un “elevado interés moral” "superior", sino, como el más inmediatamente práctico. En otras palabras, el paganismo fue tan poco consciente, como el capitalismo actual, de su naturaleza “ideal”, “trascendente”, y la comunidad pagana consideraban a los individuos irreligiosos o heterodoxos de su comunidad como incapaces, igual que la burguesía actual considera a sus miembros no productivos.


Walter Benjamin, Kapitalismus als Religion, Zur Geschichtsphilosophie, Historik und Politik, Gesammelte Schriften Band VI 100-103.