sábado, 30 de noviembre de 2013

Milenarismo y Revolucionarismo a partir de “Rebeldes primitivos” de E. Hobsbawn (no es un homenaje).



     Eric Hobsbawn murió el año pasado, y mucho fueron los que le rindieron homenajes póstumos, incluidos medios reaccionarios de izquierda y de derecha en diversos países. No pretendemos hacerle un homenaje ni atacarlo en esta entrada (cualquiera de las dos posibilidades lo puede hacer abajo en la zona de comentarios), sólo plantear algunas reflexiones que me parecen interesantes sobre el milenarismo y que aparecen en su primer libro, traducido al castellano como “Rebeldes Primitivos”. En el plantea una especie de péndulo que existirían en los movimientos sociales que oscilarían desde un extremo pasional milenarista a otro racional revolucionario y entre los dos abrían numerosas posiciones intermedias… pero vamos por partes:
            ¿Qué es el milenarismo?

            H, responde:
 “La esencia del milenarismo, la esperanza de un cambio completo y radical del mundo, que se reflejará en el milenio, un mundo limpio de todas sus deficiencias presentes, no queda confinado al primitivismo. Hallamos esa esperanza, casi por definición en todos los movimientos revolucionarios de cualquier índole.”

            H. distingue tres características principales:
1.- rechazo profundo y completo de este mundo de maldad, y un anhelo apasionado de otro mejor, en una palabra, espíritu revolucionario.
2.- Una ideología bastante típica, de índole quiliástica. Rasgo descrito en el libro de Norman Cohn “En pos del milenio” tiene que ver con el mesianismo judeocristiano antes de que apareciera el revolucionarismo secular[1].
3.- Es común a los movimientos milenaristas una fundamental vaguedad acerca de la forma en que se traerá la nueva sociedad.

Respecto al último punto aclara:
“Es difícil precisar más este últimos punto ya que los movimientos de la clase estudiada van desde la pasividad pura de una parte, hasta los que por otra parte se aproximan a los métodos revolucionarios modernos –y aun, según veremos, los hay que se funden naturalmente con movimientos revolucionarios modernos-. Sin embargo, acaso podamos aclarar aquella tercera observación del siguiente modo. Los movimientos revolucionarios modernos tienen –de modo implícito o explícito- unas cuantas ideas bastantes definidas acerca de cómo ha de sustituirse la vieja sociedad por la nueva, y de estas ideas la más crucial es la que se refiere a lo que podemos llamar el traspaso del poder. Los viejos dirigentes deben ser arrancados de sus posiciones. El “pueblo” (o la clase o grupo revolucionario) debe apoderarse de él, y entonces llevar a cabo una serie de medidas –la redistribución de la tierra, la nacionalización de los medios de producción, o lo que sea-. En todo esto el esfuerzo organizado de los revolucionarios tiene carácter decisivo, y las doctrinas de la organización, la estrategia y la táctica, etc., revisten a veces un carácter complejísimo, siendo fruto del propósito, por parte de quienes lo elaboran, de ayudar a en sus tareas a los revolucionarios. Los revolucionarios hacen cosas como por ejemplo organizar una manifestación de masas, levantar barricadas, avanzar sobre las casas consistoriales, izar la bandera tricolor, proclamar la República única e indivisible, nombrar un gobierno provisional y lanzar un llamamiento a una asamblea constituyente. (Éste es en términos generales el molde que tantos ellos aprendieron de la revolución francesa. No es, por supuesto, el único procedimiento posible) Pero el movimiento milenarista “puro” actúa de modo muy diferente sea por la inexperiencia de sus miembros o por la estrechez de sus horizontes, o también por el efecto de las ideologías y de las concepciones previas milenaristas. Sus seguidores no sabes hacer la revolución. Esperan que se haga ella sola, por revelación divina, por una proclamación que venga de arriba, por un milagro –esperan que se haga de alguna manera-. La parte que le toca al pueblo antes del cambio es la de reunirse, la de prepararse, la de atender a los signos precursores del cataclismo, la de escuchar a los profetas que predican la venida del Gran Día, y también acaso el de adoptar ciertas medidas rituales en previsión del momento decisivo en que se vendrá el cambio, o de purificarse a sí mismos abandonando la escoria del nuevo mundo vil del presente para poder entrar al nuevo mundo resplandeciente en su pureza. Entre los dos extremos del milenarismo “puro”  y del revolucionario político “puro” son posibles toda clase de posiciones intermedias.”    
     

     Es un punto de vista interesante plantear estos dos contrapuntos para analizar los movimientos sociales de cualquier tipo y hasta los mismo sujetos. Ya la retórica antigua consideraba dentro del discurso los argumentos por el logos y también por el pathos. Creo que da la posibilidad de tomar en cuenta no sólo la importancia de la parte racional que tiene que ver con el programa que los motiva y sus reivindicaciones, sino también de retomar la parte pasional que también puede estar detrás los movimientos sociales, la identificación, el misticismo, su historia en términos de relato, etc. En resumen la forma en que cada movimiento construye su identidad más allá de lo meramente reivindicativo y programático.  





[1] Cohn en las conclusiones del nombrado libro (1957) dice a propósito de los movimientos revolucionarios modernos “el antiguo lenguaje religiosos ha sido remplazado por el lenguaje secular […] despojados de su autoridad sobrenatural, el milenarismo y el anarquismo místico están todavía con nosotros”. Hobsbawn considera dos años despues de que apareciera el libro de Cohn que este está “viciado por una tendencia a interpretar los movimientos revolucionarios medievales des el punto de vista de los modernos, y viceversa, práctica que ni mejora nuestra comprensión de los husitas, ni tampoco aclara nuestra idea del comunismo moderno”.  Debord en La Sociedad del Espectáculo (1967) sería más tajante en la crítica al trabajo de Cohn planteando que: “Las esperanzas revolucionarias modernas no son, como cree mostrar Norman Cohn en “en post del milenio”, secuelas irracionales de la pasión religiosa del milenarismo. Todo lo contrario, es el milenarismo, lucha de clase revolucionaria hablando por última vez el lenguaje de la religión, el que constituye ya una tendencia revolucionaria moderna a la que falta todavía la conciencia de no ser histórica” (LSDE, aforismo 138).

La concepción de un nuevo materialismo y una historia no lineal de M. DeLanda

Una nueva forma de entender el materialismo lejos del paradigma positivista. La historia no es una sucesión de acontecimiento uno tras otro...
      "Iberall fue tal vez el primero en visualizar las grandes transiciones de la historia – la transición de cazadores-recolectores a agricultores, y de agricultores a pobladores de asentamientos urbanos – no como un avance lineal en la escala del progreso sino como el cruce de umbrales críticos. Más específicamente, así como una sustancia química puede existir en varios estados distintos (sólido, liquido, o gaseoso) y puede cambiar de un estado estable a otro en puntos críticos de la intensidad de temperatura, así las sociedades humanas pueden ser vistas como un “material” capaz de sufrir cambios de estado en puntos críticos de la interacción social. Iberall nos invita a visualizar a los grupos de cazadores-recolectores como partículas de gas, en el sentido que tales grupos vivían distanciados unos de otros y solían interactuar raramente y de manera poco sistemática. Cuando la humanidad comenzó a cultivar cereales y la interacción entre seres humanos y plantas creo comunidades sedentarias, se podría decir que la humanidad misma se condenso en grupos cuyas interacciones fueron a partir de entonces más frecuentes, aunque todavía poco reguladas. Finalmente, cuando estas comunidades intensificaron su producción agrícola de manera que los excedentes pudiesen ser guardados y redistribuidos (permitiendo por primera vez, una división del trabajo entre productores y consumidores de alimentos), la humanidad adquirió por vez primera el estado físico de un cristal, en el sentido que los gobiernos centrales pudieron desde entonces imponer una red simétrica de leyes y regulaciones a las poblaciones urbanas.

    Pese a que este cuadro puede estar sobresimplificado contiene una indicación muy importante sobre la naturaleza de la historia no lineal: si las distintas etapas de la historia humana fueron realmente ocasionadas por transiciones críticas entonces no son propiamente etapas, es decir, pasos progresivos en un desarrollo donde cada paso dejaría atrás el anterior. Por el contrario, así como las fases gaseosas, líquida y sólida del agua pueden coexistir, así cada nueva fase humana se agrega a las anteriores, coexistiendo e interactuando con ellas sin dejarlas en el pasado. Más aún, se podría decir, que así como un material dado puede solidificarse en formas alternativas (hielo, copa de nieve, cristal, vidrio) así la humanidad tendría distintas maneras condensarse o solidificarse. Los nómades de las estepas (hunos, mongoles) no domesticaron plantas, sino animales migratorios, y el estilo de vida pastoril consecuente les impuso la necesidad de moverse con sus rebaños, como si ellos se hubiesen condensados no dentro de sus recipientes, sino como un fluido móvil y por momentos turbulento. Cuando estos mongoles adquirieron un estado sólido (como ocurrió durante el reinado de Gengis Khan) la estructura resultante fue más parecida a un vidrio que a un cristal, más amorfa, menos centralizada. En otras palabras, la historia humana no sigue una línea recta que apunta hacia las sociedades urbanas como meta última. Por el contrario, en cada transición hay estados estables alternativos, y se pueden dar coexistencias complejas de estados.   

    Claro está que todo lo anterior puede ser una metáfora sugestiva. Uno de los propósitos de este libro consiste precisamente en remover dicho contenido metafórico. Pero además, incluso como metáforas de la evolución social, las imagenes de Arthur Iberall adolecen de otro incoveniente: el mundo material posee un rango más amplio de alternativas para la generación espontanea de estructura que las transiciones críticas mencionadas. Incluso las formas más simple de materia y energía poseen un potencial de autoorganización que va más allá del tipo relativamente sencillo implicado en la creación de cristales. Existen por ejemplo, estados estables que pueden sostener actividades cíclicas coherentes (periodicas o quasi-periodicas). Y a diferencia de los ejemplos donde la invocación no puede ocurrir, existe la combinatoria no lineal donde pueden ser generadas estructruras verdaderamente nuevas. Todas estas formas de generación espontánea de estructura en el mundo material sugieren que la materia inorgánica es mucho más variable y creativa de lo que imaginamos. Es por ello que que esta nueva visión de la creatividad inherente a la materia debería ser asimilada en toda su riqueza conceptual por una nueva filosofía materialista."

  En introducción "Mil Años de Historia no lineal" de Manuel DeLanda.
Descarga PDF aquí.




domingo, 17 de noviembre de 2013

Línea Férrea III. Porki, Máximo.



    Tercera entrega de la saga: la locura alcohólica, el hedor putrefacto emanado de algo más oscuro que la mezcla de olores de los restos de carne en descomposición del matadero, el botadero y el zanjón; algo que venía de más abajo del asfalto y los adoquines; secretos de un barrio que se llevan hasta la tumba…

Línea Férrea III

         Siete meses después de mi última visita a lo que había sido mi antiguo barrio me hospitalizaron por tercera vez. En esa ocasión el matarratas casi   me puso la lápida encima, me deseó la mejor de las suertes y recalcó enfáticamente que si esta vida merecía vivirla un poco más, dejara de tomar tanto copete. Me miré ahí, solo entre sabanas manchadas y decidí darle un giro apasionado a lo que quedaba de mi existencia, empezaría a beber sólo fuertes y así quizás, me desvanecería en al aire seguido del último sorbo a una botella.
         Lo primero que hice al salir del hospital fue procurarme una borrachera prolongada y violenta, creo que le pegué a una weona embarazada, le robé una radio a un pendejo, asalté un quiosco de barrio, estuve detenido y me intentaron violar debajo de un puente.
         Cuando ya no tenía más tácticas monetarias me fui llegando de a poco a la maldita línea del tren donde funestos aconteceres habían trastocado para siempre la vida de mucha gente. Y precisamente esa era la idea que me iluminaba en esos días, tratar de aclarar en algo lo que allí pasaba, porque por mucho que la bebienda envilecida mellara la conciencia de esta alma en pena los sucesos no eran terrenos ni se asemejaban a lo cotidiano.
         La población que pensé algún día conocer como la palma de mi mano, se había revelado como una maleza extraña de sucesos escondidos y recordando a la mayoría de los sujetos que vivían en esas pobres casas, todos se me asemejaban a esas historias pencas de series nocturnas.
         De entrada el Tanano me cobró la deuda histórica y se negó a fiarme más, luego de unos trampeos me pasó un litro de Dorada y me avisó que la señora Leontina había fallecido días después de mi visita y que unos locos habían quemado la casa atacándola con bombas molotov desde la línea del tren.
         Me pregunté quién chucha serían esos vándalos y también me pregunté por las posibles monedas de la finada.
         El Tanano le puso demasiado color para suministrarme un roncito, así que me escurrí hacia la calle y me vine acercando de a poco a la línea. Era un sitio ordinario dentro del paisaje industrial, bien implementada en recursos y con buena señalética, sus rieles brillaban bajo el sol de verano lo que quería decir que había un tránsito de  trenes de carga pesada y se notaba una mantención constante.
         Cuando iba llegando al cruce de Bernal del  Mercado apareció dando la vuelta, como si lo persiguieran los pacos, don Daniel Castillo ataviado con un poncho sujeto a la cintura y un sombrero caporal, en su imaginación se creía Franco Nero. Era un antiguo vecino y bebedor experto. Me miró a través de un par de ojos vidriosos y enrojecidos y mientras disminuía su aceleración me saludo con un fraternal abrazo. Me contó que hacía este recorrido porque le debía sus pesos al Tanano y además que por acá no lo veía nadie cuando venía llegando a medio filo.
- ¡Puta López chico que estay hinchado, weon!
- Tengo la mansa Cecilia compare.
- Vamos pa’ la casa, ahí tengo un vinito.
         Inmortalicé mi promesa y le hice un pequeño aro, no tenía ni uno y sentía el halito infesto del demonio en mi nuca.
         Estuvimos en casa de don Daniel dándole al vino durante toda la tarde y debido a mi lamentable estado, que imposibilitaba todo traslado, me dio espacio en un camastro y dormí hasta bien entrada la tarde del otro día. Cuando dejé de vomitar y me despabilaba con una jarro de agua en la nuca me di cuenta que la señora Yola, la mujer del Franco Nero, me miraba desde un rincón de la pieza y tenía sus manos arremolinadas sobre un crucifijo.
-        Cesar- su voz era como de radio a.m. y no tenía correspondencia con el recuerdo estridente que tenía de los llamados eufóricos a sus hijos y que siempre pensamos podría ahorrar fuerzas levantándose de su cama en vez de pegarle tremendos gritos a los pendejos.
-        Cesar- volvió a repetir un poco más animada
-        Digame Yola…
-        Usted tiene algo más malo que el vino que se tomo con el Daniel…
-        La medicina dice que me muero irremediablemente Yolita, así que le apuro la cosa, no tengo a nadie y nadie reclama.
-        No le hablo de eso, usted tiene algo pegado al cuero…
-        Piñel…
-        Déjese de payasear.
-        Ayer le preguntó al Daniel si sabía quiénes habían sido los weones que quemaron la casa de la vieja loca y el Daniel le dijo la verdad.
         En realidad no me acordaba de nada desde el primer cigarro de paraguayo así que mejor no le dije nada y le mantuve la vista lo que más pude.
         El Daniel no sabe que fuimos nosotras, todas las viejas de enfrente que conocían a la Leontina y que, sin saber ella, estaban al tanto del secreto que guardaba en su patio.
         Me sobresalté en la silla y de inmediato ella se dio cuenta, se me empezó a revolver el estomago de nuevo y le hice una seña con la mano para que se detuviera un momento, pero la muy zorra hizo todo lo contrario, se acercó como serpiente a mi silla y me habló con voz retirada:
-        Cesar, esa casa humeaba maldad y degeneración. La maraca de la hija se acostó con todos los viejos culiaos de la población antes de quedar preñada y por lo que sabemos fue ella la de la idea de matar al hijo, ahora sabemos que tuvo miedo del padre y se arrancó al extranjero. La leontina se curó del mal de la tierra desde que se entrevisto con el progenitor de la criatura y como se juraba católica no la mato de un palazo por asco…
         Desperté doblado sobre unas almohadas en el suelo y la Yola le susurraba algo a don Daniel que me miraba como de medio lado.
         Cuando me estaba incorporando el hombre se acercó y por un momento pensé que me ayudaría, pero en cambio me lanzo una patada en la cabeza.
         Después supe que me habían amarrado a la silla y que dejaron que roncara con la sangre en la boca durante toda la tarde. Cuando se hizo noche y en la calle no quedaban más que los angustiados me trasladaron sobre un carretón a los lindes de la línea férrea.
         Don Daniel me dijo que no esperaba que yo hubiera hecho una cosa así, y que si bien era entero de curado no iba a dejar que un weón más atorrante que él le comiera la color. Así que hasta aquí quedaba nuestra amistad y que era mejor que me fuera caminando antes que me sacara la chucha.
         Soltaron las amarras y me caí de hocico sobre los adoquines, en ese momento me di cuenta que hacía un calor de mierda y que el aire apestaba a excremento de perro.
         Y fue un viento inaudito que se elevó desde los empiedres y que arrancó los rieles desde sus raigones, se precipitó como una oleada de fetidez extrema y un clamor de mil demonios. Un viento desarmado que provenía desde los abismos más insondables del infierno mismo y que necesitaba apaciguarse sobre humanos  desprevenidos.
         Como si fuera una escena de una película mala y mal traducida la Yola se acercó donde me encontraba y me gritó al oído:
-        ¡Cesar!, ¡Cesar!, ¡ya no eres el vecino que conocimos desde cabro chico, estabas tan borracho que no te acuerdas con quien te encontraste una vez en la noche en esta misma línea de tren antes de que el perro se viniera a vivir a nuestra población, ¡ándate de aquí y no vuelvas más, las mismas viejas que quemaron la casa de tu abuela harán que te despidas de este mundo entre avernos de dolor! ¡Cesar!, ¡Cesar! ¡Ya no eres quien juras que eres! 
         El viento cesó de inmediato dichas estas palabras y una calma chicha de altamar se nos abalanzó entre nubes de odio.
         De haber estrangulado a la Yola me acuerdo un poco, pero de haberle pegado un fierrazo a don Daniel no me acuerdo.
         Todo el proceso lo viví como si fuera otra persona a la que juzgaban, sentía las miradas sobre un cuerpo que no me pertenecía y las preguntas que me hicieron tanto las policías como los agentes de tribunales las contestaba automáticamente sin pensarlas siquiera. Recuerdo la cara llena de odio de uno de los hijos de la Yola y el atisbo casual de una hermosa mujer. Los tribunales hicieron su deplorable labor y me condenaron a un cúmulo de años encerrado en el mejor de los hoteles de la capital. Hablar de mis años en la ex penitenciaría satisface un morbo general y por lo mismo no lo haré, solo puedo decir que lo primero que perdí dentro de esos muros fue la dignidad y el orgullo y  que en mi cabeza no quedó más que una sensación de infernalidad constante.
         Ahora que estoy viejo y aún no muero, me pregunto porque en el muro del gallinero decía que yo sucumbiría pronto en el tiempo y ya van varios años de aquello y la muerte aún no me señala.
         Debí dejar esos derroteros en calma, de verdad así lo creo y no volver a la perdición de esa línea férrea, me arrepiento de todo lo que he hecho con mi vida y en especial el haber matado por gusto a ese vecino nuevo.
         La cobardía no deja que mi mano se abalance sobre mí.
         En las tardes me siento en la plaza que está en frente del Hogar de Cristo a fumar lo que me conviden y a conversar con otros viejos de mierda. Una hermosa mujer me viene a hacer compañía de vez en cuando…

MÁXIMO PORKI.


Ver también Línea Férrea II


Fernandito's Rock Nº XXII: especial Makinacion

"Otra vez... Rock pesado en las calles!..."

      Vigésimo segunda emisión de Fernandito's Rock. Esta vez, conversando junto a Maru y Adriancito Makinacion, que adelantan algo de su nueva grabación. Historias, cervezas, humor, metal, furbo y más.

Escuchar y descorchar ACÁ.




Fernanditos Rock Nº XXI: especial Sangre Dorada.

         Fernandito´s rock radio on line. Emisión numero 21 del programa radial dedicado a los ritmos cloacales. Esta vez especial Sangre Dorada presentando su primer disco.
     
         Escuchar ACÁ



jueves, 7 de noviembre de 2013

Línea Férrea II. Máximo Porki.



Desde un lugar olvidado de la ciudad. Un barrio masticado y fagocitado por la civilización. Un narrador embrutecido por el alcohol, un viejo avaro, una vieja loca y un ente estigmatizado por la desventura… Una saga pelotuda que recién comienza…

Línea Férrea II.

No quería volver a transitar por las calles de mi antiguo barrio, mis amigos también habían dejado estos recorridos, algunos renunciaron a  marchar en este mundo y decidieron violentar el destino arrojándose al vacío de una caída segura, otros habían olvidado la muerte con vidas trabajosas e hijos mal criados. Yo  por mi parte, resoplaba los inmundos halitos del trago sin medida e intentaba, sin ánimos ni inteligencia, recordar algo de esa maldita noche.

Me  bajé  de la micro muy cerca de donde había ocurrido la  desgracia y le hice el quite yéndome directo a la botillería del “tanano”. El hombre seguía en píe, aunque los años lo dejaban trasladarse despacio como si la muerte lo esperara sin apuro.

Después de los saludos y cordialidades correspondientes le solicité me sirviera lo más barato en vinos y puso sobre el mesón un medio pato de pipeño que agradecí empinándomelo en seguida.  Cuando vio que recobraba el pulso, que encendía un cigarro  y le pedía otro medio pato, se acercó y me dijo con voz callada:

-  Cesar, antes  que te tomes el otro deberías ir a hablar con la señora Leontina…
- ¿Quién es la señora Leontina?- Lo interrumpí medio contrariado.
- La vecina de aquí al lado, dos casas más hacia el puente, la señora del baño de pozo- me dijo con el mismo tono de voz con que uno pide un vaso de agua.

De todas formas me empiné el segundo medio litro y salí a la calle con el alma porfiada en volver lo antes posible para saciar una sed desmedida.
Las casas de la avenida principal de nuestra población por la vereda norte colindaban con la línea del tren y las del lado sur tenían a sus espaldas el zanjón de la aguada.

La casa de la señora Leontina daba justo en su parte posterior al lugar donde había ocurrido el infortunio y recordé que siempre en ese lugar había un olor putrefacto que se mezclaba con los otros olores malsanos del barrio y que sabíamos venía de un baño de pozo que esa casa tenía en su patio interior. Caminé los pasos ya sabidos en mi memoria y me di cuenta, bajo el sol de la primavera y contemplando ese espacio sucio y vacío que la avenida principal dibujaba sobre el suelo, que habíamos sido malditos al nacer en tamaña porquería.

La casa de esta señora era igual al resto de toda la población pero el antejardín seguía lleno de flores y plantas y su entrada enrejada era más oscura y fría que las demás.

Como si me estuviera esperando, la señora Leontina estaba en su antejardín sentada bajo una frondosa buganvilia y me saludo afectuosamente cuando me vio. Me hizo pasar a su patio y me invitó a que me sentará en una silla de mimbre. Lo que me contó esa tarde lo recuerdo a medias y creo que más de la mitad lo he inventado, supongo que fue  debido al embotamiento que me causo el calor insoportable de ese patio y debido a mis ansias de salir lo antes posible de ahí para seguir bebiendo.

Pero dejaré en voz de ella lo que siempre con la cabeza gacha me relató… “Yo sé lo que usted vivió esa noche porque los estaba mirando desde el muro que está detrás de la que ahora es la animita. ¿Ha ido usted? No importa, usted sabe de dónde le hablo…”

Nosotros lo que si sabíamos era que esta señora era la madre de unas de las minas más ricas de la población y que la hija después de estar un tiempo viviendo lejos de su casa se había ido a Australia o algún lugar culiao lejos. Lo que ella me explicó fue que su hija había quedado embarazada y que ni ella como abuela ni la otra como madre necesitaban un guacho que les arruinara los años venideros, en especial a su madre universitaria. Así que la abuela escondió a la hija dificultada durante casi todo el periodo que duro el embarazo y que nacida la criatura, la abuela le entregó un sobre con dinero y con un pasaje de avión haciéndole jurar que nunca más volvería a esta rematada población.

La abuela crío a escondidas a lo que vino ser un varón y que lo hacía vivir en un gallinero en la parte posterior del patio. Según recuerdos de la señora, cierta noche, unos dos años antes de que sucediera nuestra desgracia y en que el pequeño animal se prestaba a pasar otra noche amordazado y atado de manos y pies, el calor virulento reveló una tenue malignidad y el semihumano logró escapar hacia la línea del tren por entremedio de algunas latas viejas de un antiguo portón trasero.

La señora Leontina me contó  que estuvo toda la noche despierta rogando que nadie se encontrase con tamaña aversión y no esperaba más que el ruido de un balazo certero que calmara esa ansiedad. Pero en la madrugada las latas de entrada volvieron a crujir y apareció el bichito todo cubierto de sangre y mugre. Entro al gallinero y se acurrucó  como un ovillo en un rincón del cuarto y según lo que ella me contó, el animalito no volvió a ponerse de pie hasta el día de su muerte. La señora jamás supo donde había estado toda la noche y solo después de un tiempo se percató de extrañas marcas sobre el lomo de la criatura.

En este punto del relato recuerdo que le supliqué un vaso de agua y que mencioné que me parecía extraño, por decir lo menos, que ella jamás se refiriera al crío como lo que era en realidad, un pequeño niño.

-Ese chiquillo nació sano e íntegro --- me dijo --- fui yo quien lo arrojó al gallinero a que muriera entre los chanchos y los perros, pero no sé cómo sobrevivió  y de apoco lo empecé a alimentar sin darme cuenta de que lo que era en realidad, jamás señalé palabra alguna delante de él  porque tuve la conciencia de no pronunciar verbo para no confundir su ignorancia. La noche donde su amigo murió delante, ese pobre animal se revolcaba y lloraba amargamente  con sonidos bajos y persistentes; se agarraba de los pelos y los jalaba arrancándolos de raíz. Sufría por algo desconocido.  Desde esa vez que se había escapado no había vuelto a hacer rabietas ni escándalos y permanecía la mayor parte del tiempo quieto y con la mirada perdida, pero esa noche se revolcaba y sus heces, que antes arrojaba lejos del gallinero, se las untaba por el cuerpo y comía de ellas con amargura. Cuando la maquina embistió a su amigo, el pequeño lanzó un aullido prolongado, y luego cayó fulminado sobre sus orines y coágulos de sangre. De los cuatro años que lo tuve recluido en ese gallinero jamás había siquiera albergado algún sentimiento hacia esa bestia, pero esa noche algo en mi interior se estremeció al verlo en las penumbras de la muerte. Nunca volvió a ser la misma fierecilla que mordía el plato en cuanto lo dejaba en el piso para que comiera, se iba apagando de a poco y me dediqué a protegerlo de los demás animales hasta que la muerte le sobreviniera. Una tarde de verano,  cuando el olor de sus heces era más fuerte, escuché un sonido ronco que provenía desde el fondo del gallinero, dejé de realizar mis actividades y vine de inmediato a ver al brutito enfermo. Se encontraba de pie en sus extremidades inferiores y cuando me vio hizo un ligero movimiento con su cabeza que interpreté como un gesto para que me acercara, su pestilencia era realmente horrible así que no me acerqué en demasía a las rejas del gallinero. En ese momento me fijé en sus ojos y me estremeció ver un fulgor distinto dentro de sus pupilas, había un ruego ilimitado que se ensanchaba hacía un delgadísimo brazo que extendía suplicante hacía mí. Le tomé uno de sus mugrientos dedos y escuché asombrada y llena de terror como sus labios pronunciaron con una voz ronca y ultra terrena el nombre de usted. Dicho esto se disgregó en el aire como si hubiera explotado desde adentro y el pequeño dedo que quedó en mi mano se desintegro en el viento como cenizas de cigarro.

Recuerdo a la señora dejar de hablar y entendí que su relato había terminado pero yo me sofocaba irremediablemente sentado en esa silla de mimbre, la imagen de la bestia amarrada y declamando mi nombre en su hora fatal, precisamente mi nombre y no otro, mi angustiosa sed y mi desesperanza generalizada hicieron que me desmayara sobre las baldosas del patio de la señora Leontina.

Desperté boqueando y la señora con ayuda de Juanito de la botillería  me habían puesto sobre algunos cojines. Me incorporé con un malestar punzante en la boca del estómago y Juanito me pregunto cómo me sentía:
- Bien, bien, con una Pilsen se me quita.

Juanito me dijo que lo pasara a ver antes de irme y salió del patio. La señora me miraba con ojos extraños, o eso creí yo, me pidió que no contara a nadie lo referido y que no sabía cómo pero lo que me había contado lo había dicho como poseída por una fuerza interior y que ahora se sentía más tranquila pero creía que la justicia la vendría a buscar pronto.

La miré sintiéndome como en una nube de azufre y le dije que nada de lo sucedido en esa casa se debería saber, que ya bastante teníamos con vivir con nuestro propios demonios como para agregarle una sentencia mayor y que no la juzgaba porque cada uno sabia a lo que atenerse cuando las necesidades lo requerían.

Me di vuelta para contener un vómito y le pregunté cómo había logrado saber que era precisamente yo a quien debía decirle estas cosas. Me llevó de la mano hacia el fondo del patio interior y me señaló con  mano temblorosa unas cuantas tablas apiladas, me pidió que las corriera y que viera en el muro. Me acerqué asombrado de que aun el mal olor persistiera, corrí las fétidas maderas y en el muro de lo que había sido la parte trasera del gallinero y con letras inseguras estaba escrito:
CESAR EL QUE MIRA Y CAE
A QUIEN LE QUEDA POCA VIDA
A ÉL.

MAXIMO PORKY
06-11-201306-11-2013

ver también Línea Férrea I