Nuevamente nos
sorprende Máximo Porki -mezcla rara entre carlitos baudelaire y el salo
reyes
después de su parálisis facial- con su prosa impía. Esta vez nos relata las andanzas de un
grupo de amorales que luchan contra el aburrimiento en un barrio fabril
semiabandonado.-
LA SOMBRA BAJO EL ESPINO
De despiadadas formas se suele vestir
el infortunio y aún más desgraciadas son las representaciones que la miseria
hace de ella misma. En este caso sombrío, las desventuras se desplegaban con
excepcional violencia en el alma de un solo personaje, que arrastraba una
enorme cadena de episodios sangrientos y obscenos haciendo gala de ellos como
quien muestra orgulloso sus triunfos morales.
No daremos nombres, basta decir que sus apodos eran espantosos a los oídos
afeminados y que sus pasos bajo las vanidades de la noche hacían trancar
puertas por doquier.
Sus sonoras risotadas nos llamaban a
encontrarnos con él bajo la sombra infecta de un poste de luz. La tenebrosidad
comenzaba con varios litros de la peor cerveza nacional y uno que otro
cigarrillo de marihuana andina que volaba dos segundos y te hacía creer que
eran dos horas. Casi siempre nos dábamos cuenta del horror de tamaña entidad al
décimo cigarro, cuando su portentosa risa estallaba en los adoquines del barrio
y la señora Leontina miraba la calle con el teléfono en la mano.
Era la hora de la retirada compañeros,
pero no al júbilo descanso de nuestros hogares, era la hora de que las calles
malditas del entorno supieran la presencia de nuestras mugrientas pisadas.
Las sombras suelen vestir inquietas
pero sosegadas fantasmagorías y las desdichas acaban entrando paulatinamente en
las mentes más inquietas.
Era
así como los pasos desaforados de nuestros deslucidos cerebros tronchaban las baldosas del barrio, menos
pobre que otros, pero decididamente más desnaturalizado. Como recién resurgidos
buscábamos la mano benefactora del botillero amigo y juntando gamba tras gamba
lográbamos sacar un par de botellas de algún destilado infame y un par de cajetillas
de cigarros. Era ahí cuando el demonio hacía gala de su reputación y de entre sus
ropas extraía un frasco lleno de
anfetaminas, tomaba un gran sorbo de una de las botellas y con infernal calma
iba abriendo un puñado de capsulas y las volteaba en el interior de la bombona.
El brebaje consiguiente se asemejaba a suero de leche y era amargo como aliento
de perro. De ese potaje iluminador bebíamos todos por igual y más pronto que a
última hora las más atrevidas e infames ideas se agolpaban en nuestros
cerebros:
-¿Por
qué no quemamos una micro?...
-¿Por
qué no le sacamos la chucha al sapo culiao de la esquina?...
-¿Por
qué no vamos a los corrales y nos piteamos la copa de agua?...
-¿Por
qué no le tiramos una cadena al transformador?...
La última de las andanzas había sido
dicha como entre nubes por un enano maldito, cuyo nombre desconocíamos, y fue
vitoreada por todos como la mejor imagen jamás dicha por alma alguna.
La
voz tronadora del protervo nigromante hizo callar a las demás:
-¿Y
de dónde chucha sacamos una cadena?
El enano desgraciado, que caminaba entre
nosotros y que nadie sabía quién era o mejor dicho que es lo que era, se subió
la polera grasienta y mostró una tremenda
cadena de cinturón:
-Aquí
está la we’a…
Decidimos que como él había sido el
ideólogo de la afrenta la llevará a cabo
de la manera más inmediata posible. Nos encontrábamos en una bocacalle sin
salida y nos dirigimos hacia la avenida principal donde rápidamente encontramos
el objetivo y hacía él se destinó el mellado extremista. Vimos un rayo que
atravesó el arco de cielo que dejaban ver los árboles y después hubo un sonido
vibrante de mil demonios que hizo electrizar nuestros apretados dientes.
El apagón se sobrevino de carácter
inmediato y nos dimos cuenta que mejor noche no habíamos elegido para llevar a
cabo el deleitoso cometido ya que las nubes cubrían el cielo de estrellas y la
luna no había osado mostrar su cicatriciento rostro. A nadie le importó que
reventara el sistema eléctrico del más miserable
de la cuadra y que su casa terminara casi quemada.
Huimos, amigos, pero no con la cobardía
del medroso sino que con la sorna diabólica del enajenado ante la potencia
ciclónica de su agraviosa burla.
Los colmillos rojos de un lobo
destrozando las carnes vivas de un pequeño infante o una mirada suplicante de
una mujer violada serían aproximaciones validas a nuestra sensación de triunfo
y gloria. Detuvimos nuestra carrera en
una pequeña plaza a los pies de los gasómetros, colosales moles de metal en
forma cilíndrica y que oteaban el barrio con ojos escrutadores como buscando el
pecado. Tomamos aire y vaciamos las botellas, fumamos un rato y la
desesperación viró sus intenciones hacía un asombro inmenso cuando las luces de
emergencia de los depósitos se encendieron y el cielo antes todo oscurecido se
llenó de constelaciones perfectas en simetría
y orden, nos vimos trasladados a planos geométricos interestelares donde
dioses más bravos y antiguos que el universo mismo follaban galaxias completas
y sus despojos inmundos eran arrastrados en sucesiones infinitas hacia golfos
oscuros de desesperación.
Supimos no ser nada ni nadie y la voz
tronadora del pecado nos llamó hacia la luz para que la siguiéramos en una imagen semejante al huevo que huye del sartén
para caer en el fuego:
-Desde hoy nos iluminará un sol que
jamás se pondrá y de fuego será nuestro aliento- Dijo, riéndose con una boca
agrietada y de labios refulgentes.
Dimos rienda suelta
al descalabro.
Esa noche nuestro hermano fue capaz de
sorprendernos en su búsqueda despiadada de placeres que siempre implicaban el
sufrimiento de otros. No supimos ya de nada hasta bien entrado el nuevo día
cuando dejamos abandonado un auto y rompimos un cerco para hacer entrada a un
predio precordillerano para darle la bienvenida a un cajón de pilseners frías.
Posibles trazas de una innominada
enfermedad se yerguen en los corazones de los más desposeídos cuando frente al mal
sienten la libertad deseada y es esa enfermedad la que los consume y no el
maligno quien acaba con ellos.
Recuerdo que era una mañana llena de
nubes y neblina, muy fría, como si la humedad estuviera dentro de cada uno de
nosotros y las pilseners no hacían otra cosa que templar aún más nuestros
adoloridos cuerpos. Teníamos un compañero con severas heridas en un brazo y uno
que otro comenzaba a arrepentirse de las bestialidades en las cuales había
participado.
-No se hagan los
jiles culiaos ahora y tómense las weas pa que nos vayamos.
Su voz seguía siendo portentosa y
brutal. Sus pies pisaban firme la húmeda tierra donde se encontraba inclinado y
su cara no demostraba sentido alguno con sus ojos, miraba el vacío de la
desesperación y su perfil se recortaba hacia el lado de la nada absoluta.
Fue nuestro camarada herido quien se
percató de la sombra esquinada en el espino que teníamos ladera abajo a uno
cincuenta metros, se distinguía una forma simiesca agazapada envuelta en raídos vestidos que se mantenía quieta como
si el frío la dejara inmóvil. No faltó más para que el oscuro demiurgo se
acercara hacia el lugar donde estaba la silueta y desde un costado del pino
vimos como de un fuerte manotazo descubrió lo que a distancia nos parecía una cabeza enmarañada
de rizos oscuros. Un fuerte olor acre se esparció por la loma y se fue a perder
en mi miedo visceral que de inmediato me trajo el recuerdo de lecturas
adolescentes.
-¡Vengan
a ver a este culiao feo conchetumare! ¡ Apúrense!
Me fui resbalando hacia el lugar y no
fuimos todos quienes vimos ese putrefacto rostro que dentro de una cabeza desproporcionada
en forma de tabloide y de mandíbulas desmedidas contenía una prefigurada idea
de aspecto humano lleno de grumos y granos pestilentes, como si una tremenda
enfermedad lo atacara cruelmente. Con un desmedido golpe nuestro hermano hizo
que el cuerpo se le doblara hacia un costado y su antes impávido perfil figuró
una sonrisa que erizó de violencia y furia a nuestro condenado.
-¿De
qué te rei conchetumare?
Su furia se iba
acrecentando más y más. El horrible enfermo no hacía más que sonreír. Nuestro
demonio se acercó con un cortaplumas en la mano e intentó propinarle una
estocada en pleno rostro pero la fétida momia con un movimiento inesperadamente
rápido le arrebato la cuchilla sin que nada pudiéramos hacer para detenerlo. En
ese momento comenzó a erguirse sobre sus
partes traseras y dejó de sonreír. No mediría más de un metro y medio de
estatura y bajo la manta de lana agusanada que le cubría un piojento cuerpo se
encontraba completamente desnudo. Entonces levantó un brazo en dirección hacia
el hombre que recientemente lo había intentado asesinar y con una voz cavernosa
de bosques inmemoriales le dijo:
-Basta
Tsul, tu sol se ha puesto bajo mis dominios y es hora de que pagues.
Se acercó hacia nuestro demonio
personal y con un eficaz golpe lo
derribó, después hizo que el cuerpo del malogrado quedara boca abajo y se dio vuelta
debido a que toda la acción anterior había ocurrido de espaldas a nosotros. Entonces
lo vimos, retrocedimos espantados y algunos profirieron horrendo aullidos. De
la parte baja de su vientre se levantaba un miembro erecto de desmedidas
proporciones, debía tener unos 80 centímetros de largo y un diámetro igual o
superior a una botella de bebida de dos litros, era extremadamente rojo y su glande
aún mayor en radio era de un violeta oscuro,
de la punta le goteaba un líquido amarillento similar al cerumen de los
oídos y se bamboleaba en toda su
horrible fastuosidad.
Un sinfín de sensaciones cuál de todas
más repugnantes se agolparon en mi juicio cuando el bicho aquel de un manotazo
certero le desgarro las ropas a nuestro amigo y comenzó a penetrar su orificio
anal con aquel gigantesco pene inhumano. Nuestro conocido profirió un grito descomunal
y quien lo abusaba le hundió la cabeza en la tierra. Tras cada embestida
colosal el enorme miembro se iba tiñendo de un rojo aún más oscuro y luego de
un momento infernal el cuerpo de nuestro amigo ya no se movió, pero la bestia
no paró de abalanzarse hasta que su pene se hundió en las carnes hasta la raíz
misma de los pendejos. Vimos como el ritmo de la penetración se hacía aún más
rápido y supuse que el bicho aquel terminaría su labor así que di media vuelta
y avance colina arriba lo más rápido que pude. Una horrible carcajada se vino
encima de nosotros e inmediatamente un aterrador grito se desencadenó, me di
vuelta en el acto y vi a otro de nuestros amigos siendo desgraciadamente
penetrado por la bestia, solo atiné a seguir corriendo y no me detuve hasta
cuando llegue a un retén de carabineros y entre llantos y vómitos les relaté lo
acontecido.
(Shelter)
El perverso es aquel que conoce la
virtud y niega de ella. No sé si Tsul conoció la nobleza de lo bello, no sé
siquiera quien era él y porque ese despiadado lo vengó de esa manera, tampoco
sé porque Tsul actuaba como actuaba y porque eligió nuestro barrio para
demostrar su ferocidad. Nada de lo que diga me libra de lo que he realizado y
no debo esperar más que infortunios en lo que queda de mi vida.
Carabineros escrutó todos los rincones
de esa colina y no encontró nada. No había
rastro alguno de mortales enfrentamientos y tampoco encontraron cuerpos
que demostraran lo que yo había declarado.
Todos me acusan de todo y solo es en
las noches frías cuando vuelvo a escuchar los gritos desgarrados de mis pares
cuando el inhumano les daba caza. Solo espero que estas paredes inmundas y
llenas de lo peor de la sociedad logren confundirlo.
Máximo
Porky
13-04-2014
algo he sabido de la influencia de ciertas compañìas y aùn màs bajo estados toxicoss... como obramos o no obramos.. creo q la cobardìa es el peor resultadoo.. y apropòsito del cuento creo que el primera persona no deberìa haber huìdo y bankarse la rompida de culoo jajjajaja! . muy buena la narraciòn.
ResponderBorrarGracias por el comentario... eso es lo que no quiere contar la primera persona...
BorrarEsta bueno lo de los links. Se puede cono entrarle a la onda gruesa
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