El narrador (o narradora) es aquel que cuenta historias y reelabora mitos,
junto a referentes simbólicos compartidos --o al menos conocidos y,
si se da el caso, puestos en discusión-por una comunidad. Contar
historias es una actividad fundamental para cualquier comunidad. Todos contamos
historias, sin historias no seríamos conscientes de nuestro pasado
ni de nuestras relaciones con el prójimo. No existiría la calidad
de vida. Pero el narrador hace del contar historias su actividad, su especialización
; es como la diferencia entre el hobby del bricolaje y la labor del carpintero.
El narrador recupera --o debería recuperar-- una función social
parangonable a la del griot en los poblados africanos, a la del bardo en la
cultura celta o a la del aedo en el mundo clásico griego.
Contar historias es una labor peculiar, que puede comportar ventajas a quien
la desarrolla, pero es siempre un trabajo, tan integrado en la vida de la
comunidad como apagar incendios, arar los campos, atender a los discapacitados...
En otras palabras, el narrador no es un artista, es un artesano de la narración.
Deberes
El narrador tiene el deber de no creerse superior
a sus semejantes. Cualquier concesión a la obsoleta imagen idealista
y romántica del narrador como una criatura más sensible , en
contacto con una dimensión del ser más elevada, incluso cuando
escribe sobre absolutas banalidades cotidianas, es ilegítima.
En el fondo también los aspectos más ridículos y chuscos
del oficio de escribir se basan en una versión degradada del mito del
artista, que se convierte en divo porque se cree de algún modo superior
al común de los mortales , menos mezquino, más interesante y
sincero, con un cierto sentido heroico, pues soporta los tormentos de la creación.
Que el estereotipo del artista mortificado y atormentado despierte mayor interés
en los medios y tenga mayor peso de opinión que el esfuerzo de quien
limpia las fosas sépticas nos hace comprender en qué medida
la actual escala de valores está distorsionada.
El narrador tiene el deber de no confundir la fabulación, su misión
principal, con un exceso de autobiografismo obsesivo y de ostentación
narcisista. La renuncia a estas actitudes permite salvar la autenticidad del
momento, permite al narrador tener una vida que vivir antes que un personaje
a interpretar por coacción.
Derechos
El narrador que cumpla con el deber de refutar
los estereotipos citados tiene derecho a ser dejado en paz por los que llenan
el puchero propugnando esos mismos estereotipos (cronistas de sociedad, correveidiles
culturales, etcétera...).
Cualquier estrategia de defensa de las intrusiones debe basarse en no secundar
la lógica. Quien quiera actuar como un divo, posando en absurdas sesiones
de fotografía o respondiendo a preguntas sobre cualquier tema, no tiene
ningún derecho a lamentarse por la intrusión.
El narrador tiene derecho a no aparecer en los medios de comunicación.
Si un fontanero decide no salir, nadie se lo echa en cara o lo acusa de snob.
El narrador tiene derecho a no convertirse en un animal amaestrado para actuar
en salones o para ser objeto de gossip (chismorreo) literario.
El narrador tiene derecho a no responder a las cuestiones que no considere
pertinentes (vida privada, preferencias sexuales y gastronómicas...).
El narrador tiene derecho a no fingirse experto en ninguna materia.
El narrador tiene derecho a oponerse con la desobediencia civil a las pretensiones
de quien (editores incluidos) quiera privarlo de sus derechos.
Wu Ming, verano 2000
No hay comentarios.:
Publicar un comentario