Hoy por hoy, los impulsos más destructores que se centran en la nada misma no son ni los viejos nihilistas que atemorizaban a la nobleza de la rusia zarista, ni los punks más autodestructivos de cualquier época y lugar, SON "la gente bien", dueños de los medios de producción y de circulación de mercancías:
"Parece, a fin de cuenta, que no hemos encontrado el nihilismo en ninguna
parte. Aun así, llamar “nihilismo” a la crítica social radical es algo más que
una reacción defensiva. Para ser exactos, no es nada menos que un
enrevesamiento de la verdad: pues
nihilista es la sociedad moderna misma y eso por motivos que van mucho más
allá de cuanto indicaran Nietzsche o Heidegger. La nada, la carencia de fundamento, es el núcleo de su modo de
producción. Cuando no se produce ya para el valor de uso sino únicamente
para el valor de cambio, cuando el trabajo no sirve para satisfacer las
necesidad concreta sino solamente para fabricar unos objetos cualesquiera para
venderlo en el mercado (lo que Marx llamó “trabajo abstracto”), entonces la
abstracción, lo puramente cuantitativo, el predominio de la forma-mercancía,
sobre cualquier contenido, determina la entera vida social. El valor de cambio,
la simple cantidad de trabajo social que se ha incorporado a una mercancía, es
el simple triunfo de la cantidad, de la abstracción de toda cualidad. Hegel
sabía ya que “hacer valer abstracciones en la realidad significa destruir
realidades”. El valor de cambio no es un principio “pleno” que va creando una
sociedad a su medida, sino una potencia destructora que conduce a la
subordinación del ser humano, de la naturaleza y aun de la producción material
misma, a la necesidad del acrecentamiento incesante del valor de cambio, lo
cual por otros motivos, es decir, a causa del aumento de la productividad, se
va haciendo cada vez más difícil. El contraste entre la riqueza material
concreta y la forma vacía por la cual ésta debe pasar tal vez haya alcanzado
hoy en día un estado decisivo. Lo cierto es, de todos modos, que la
forma-mercancía, tras un periodo de incubación que duro unos tres siglos, conquisto
rápidamente la sociedad en la época de las revoluciones burguesas y de la
revolución industrial. Se explica, por tanto, la irrupción repentina de lo
negativo en sus diversas variantes en la cultura de los primeros decenios del
siglo XIX: ésta representaba una constatación crítica del desmoronamiento de
los fundamentos tradicionales de la sociedad, pero también una especie de
mímesis de ese trastorno, su reproducción en el pensamiento y en la vida; sobre
todo porque la desaparición de los viejos vínculos sociales, la superación de
la “plenitud” de época premoderna o feudal, era vivida durante mucho tiempo
como una liberación de unas ataduras sofocantes. Desde este punto de vista, un
elemento nihilista consciente podía efectivamente formar parte de la crítica
social. Era muy comprensible que en ciertos periodos el placer de la
destrucción prevaleciese sobre la exigencia de reconstruir. Pero lo mismo que Max
Horkheimer ha demostrado acerca de
pariente y antepasado del nihilismo, el escepticismo, vale también para la
negación como fin en sí mismo, que de una función al menos parcialmente crítica
y todos los intentos de cambiarlo. En este siglo, el nihilismo inherente a la
sociedad de la mercancía ha abandonado su fase larvaria, que sólo podemos
detectar mediante el análisis teórico que hizo Marx de la forma-mercancía.
Ahora, en cambio en plena luz del día. El capitalismo ha producido unas
devastaciones y unas “negaciones” que ni los nihilistas más auténticos habrían
sido capaces de imaginar. A Stirner el moderno sujeto
atomizado de la competitividad le habría parecido amoral. Las esperanzas que
cifraba Leopardi en una vida breve e
insegura, como condición para apreciarla más, se han hecho realidad de un modo
muy poco heroico ni antiguo. Se ha definido el nazismo, no sin razón, como una
“revuelta del nihilismo”. No es casual que Marx previera, en sus primero
esquemas de trabajo, terminar su crítica de la economía política, el futuro Capital, con un capítulo sobre “el
apocalipsis”. Toda la crítica marxiana de la economía política es una teoría de
la crisis y una previsión de su derrumbe final, por mucho que los llamados
marxistas hayan menospreciado esta clave de bóveda de su teoría. Hoy en día la
negatividad radical podemos abonarla tranquilamente al desorden imperante, que
sabe practicarla mejor que los mejores nihilistas. Lo que hoy hace falta es,
como decía Hegel, la negación de la negación o –para decirlo con Avarroes- la destrucción de la
destrucción."
Párrafo final de "¿Critica social o
nihilismo? El "trabajo de lo negativo" desde Hegel y Leopardi hasta
el presente." de Anselm Jappe (en Jappe, Anselm; Kurz, Rober y Ortlieb,
Claus Peter. El absurdo mercado de los hombres sin cualidades, 2009, ed.
Pepitas de calabaza). En algún momento espero transcribir todo el artículo (a'onde!).
EL CONSELHEIRO
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