miércoles, 24 de julio de 2013

"Supersticiones del Río de la Plata" II. San Blas, lo nuestro es religión lo de ustedes es superstición.

Continuando con las cosas fascinantes que encuentro en el texto de Granada (ver "Superticiones del Río de la Plata" I) del que hacemos referencia. Les dejo con un relato fantástico que comienza con un tono realista sobre las condiciones de miseria en que se encontraban los españoles al instalarse en el Rio de la Plata y que concluye con la aparición de una imagen fantasmagórica de un santo(!) que hace huir despavoridos a los sitiadores indígenas del poblado en que estaban los cristianos. Acá una extractos de éste relato mágico y la ilustración de Rapela. Historias como estas fueron conformando la imagen de los pueblos originarios como "bárbaros y salvajes" y los cristianos como "civilizados y cultos", aunque el mismo relato demuestre en los hechos que nos cuenta lo contrario. Lean y juzguen por ustedes mismos.

Muerte de Pedro de Mendoza, en 1537.
“Cupo a D. Pedro de Mendoza la suerte más cruel […] al regresar tullido a España […] murió en el viajes después de un gran desasosiego que le produjo el haber comido la carne de una perra que hizo matar para suplir la falta de víveres. ¡Ríos de plata y aires paradisíacos, cuán bárbaramente desengañasteis a los que tales os soñaron, haciéndoles pagar con espantable fiereza, por cuantos medios de expresión tiene el dolor, copiosísimo tributo de muerte”. Muerto Mendoza asume el mando de los cristianos un tal Ruiz Galán, de quien nos cuenta que viniendo de Paraguay “mató a muchos indios, les incendió sus ranchos y cautivó mujeres y niños, por sospecha de complicidad con parcialidades enemigas, no hay duda de que era hombre muy capaz de una maloca semejante”. Luego pasa a describir una serie de cuadros de costumbres de “Buenos Aires, cuando la gente se moría de hambre, y cuando, después de haber devorado hasta los zapatos, la aplacaban con los cadáveres y excrementos humanos, ahorcó a tres soldados, porque secretamente mataron a un caballo para comer carne; a otro, por haber robado una lechuga, le cortó una oreja; a una dama noble, que recibió un pescado de manos de un marinero con tal de rendirse a su voluntad, la obligó a cumplir el pacto inocuo; y a una mujer, a quien el delirio de la desesperación la condujo a los indios, la mandó a atar de un árbol para que fuese pasto de las fieras. Quien tal hacia con los españoles, ¿de qué no sería capaz con los indios? Ello es que los caracaraes y timbúes determinaron vengarse. Para el efecto, se presentaron varios caciques en Corpus Christi, solicitando la protección de los españoles contra parcialidades que (decían) a unos y a otros eran hostiles. Concedióseles, y al intento salieron en busca del enemigo, bajo el mando de Alonso de Suárez de Figueroa, cincuenta españoles de los ciento veinte que guarnecían el fuerte. Mas los españoles auxiliares, durante la comida, fueron atacados y muertos, tras cruda pelea, por los mismos que simulaban obsequiarlos, salvándose sólo el muchacho, que volvió a Corpus Cristi con la noticia de la traición. Sin pérdida de tiempo, los envalentonados indios comarcanos, en gran número (diez mil, según Schmidel; dos mil según Ruy Díaz), asaltaron el fuerte con ímpetu. Rechazados con denuedo, repitieron sus asaltos con rabia y furor durante catorce días continuos, pegando fuego a las casa de los cristianos. Se peleaba de día y de noche; y ya muy trabajado los españoles, pudieron (a favor de dos bergantines que llegaron de buena esperanza, y al ruido de las bocinas y gritería de los bárbaros acudieron en su auxilio) hacer una impetuosa salida, con su comandante a la cabeza. Eralo a la sazón, Antonio Mendoza, que murió en la batalla. Los sitiadores volvieron las espaldas, dejando cuatrocientos muertos en el campo y huyendo en desbandada. Los cristianos, a no estar rendidos del cansancio, los hubieran acuchillado a su salvo: tal era el espanto y confusión con que los infieles se retiraban. Un guerrero vestido de blanco, con una espada desnuda en la mano, cuyo brillo ofuscaba, habíase encimado, en lo más recio de la pelea, sobre uno de los torreones de la fortaleza; los bárbaros, a su presencia, ciegos y atónitos caían al suelo. Esta acción acaeció el 3 de febrero del año 1839 [sic], día de san Blas, de quien los cristianos suposieron haber recibido la milagrosa ayuda. Con tal motivo, fue san Blas aclamado y jurado especial patrono de la conquista del Río de la Plata y el Paraguay, y desde entonces en adelante celebrose su festividad con fervoroso y solemne culto.”

"Bárbaros" los que luchan por sus tierras contra una invasión tiránica y "civilizados" los que invaden y asesinan sin piedad, se matan entre ellos, comen zapatos, mierda y cadaveres humanos. Infieles temerosos que huyen espantados frente a una imagen católica y cristianos valientes que creen en la ayuda de una entidad metafisica.

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