jueves, 7 de noviembre de 2013

Línea Férrea II. Máximo Porki.



Desde un lugar olvidado de la ciudad. Un barrio masticado y fagocitado por la civilización. Un narrador embrutecido por el alcohol, un viejo avaro, una vieja loca y un ente estigmatizado por la desventura… Una saga pelotuda que recién comienza…

Línea Férrea II.

No quería volver a transitar por las calles de mi antiguo barrio, mis amigos también habían dejado estos recorridos, algunos renunciaron a  marchar en este mundo y decidieron violentar el destino arrojándose al vacío de una caída segura, otros habían olvidado la muerte con vidas trabajosas e hijos mal criados. Yo  por mi parte, resoplaba los inmundos halitos del trago sin medida e intentaba, sin ánimos ni inteligencia, recordar algo de esa maldita noche.

Me  bajé  de la micro muy cerca de donde había ocurrido la  desgracia y le hice el quite yéndome directo a la botillería del “tanano”. El hombre seguía en píe, aunque los años lo dejaban trasladarse despacio como si la muerte lo esperara sin apuro.

Después de los saludos y cordialidades correspondientes le solicité me sirviera lo más barato en vinos y puso sobre el mesón un medio pato de pipeño que agradecí empinándomelo en seguida.  Cuando vio que recobraba el pulso, que encendía un cigarro  y le pedía otro medio pato, se acercó y me dijo con voz callada:

-  Cesar, antes  que te tomes el otro deberías ir a hablar con la señora Leontina…
- ¿Quién es la señora Leontina?- Lo interrumpí medio contrariado.
- La vecina de aquí al lado, dos casas más hacia el puente, la señora del baño de pozo- me dijo con el mismo tono de voz con que uno pide un vaso de agua.

De todas formas me empiné el segundo medio litro y salí a la calle con el alma porfiada en volver lo antes posible para saciar una sed desmedida.
Las casas de la avenida principal de nuestra población por la vereda norte colindaban con la línea del tren y las del lado sur tenían a sus espaldas el zanjón de la aguada.

La casa de la señora Leontina daba justo en su parte posterior al lugar donde había ocurrido el infortunio y recordé que siempre en ese lugar había un olor putrefacto que se mezclaba con los otros olores malsanos del barrio y que sabíamos venía de un baño de pozo que esa casa tenía en su patio interior. Caminé los pasos ya sabidos en mi memoria y me di cuenta, bajo el sol de la primavera y contemplando ese espacio sucio y vacío que la avenida principal dibujaba sobre el suelo, que habíamos sido malditos al nacer en tamaña porquería.

La casa de esta señora era igual al resto de toda la población pero el antejardín seguía lleno de flores y plantas y su entrada enrejada era más oscura y fría que las demás.

Como si me estuviera esperando, la señora Leontina estaba en su antejardín sentada bajo una frondosa buganvilia y me saludo afectuosamente cuando me vio. Me hizo pasar a su patio y me invitó a que me sentará en una silla de mimbre. Lo que me contó esa tarde lo recuerdo a medias y creo que más de la mitad lo he inventado, supongo que fue  debido al embotamiento que me causo el calor insoportable de ese patio y debido a mis ansias de salir lo antes posible de ahí para seguir bebiendo.

Pero dejaré en voz de ella lo que siempre con la cabeza gacha me relató… “Yo sé lo que usted vivió esa noche porque los estaba mirando desde el muro que está detrás de la que ahora es la animita. ¿Ha ido usted? No importa, usted sabe de dónde le hablo…”

Nosotros lo que si sabíamos era que esta señora era la madre de unas de las minas más ricas de la población y que la hija después de estar un tiempo viviendo lejos de su casa se había ido a Australia o algún lugar culiao lejos. Lo que ella me explicó fue que su hija había quedado embarazada y que ni ella como abuela ni la otra como madre necesitaban un guacho que les arruinara los años venideros, en especial a su madre universitaria. Así que la abuela escondió a la hija dificultada durante casi todo el periodo que duro el embarazo y que nacida la criatura, la abuela le entregó un sobre con dinero y con un pasaje de avión haciéndole jurar que nunca más volvería a esta rematada población.

La abuela crío a escondidas a lo que vino ser un varón y que lo hacía vivir en un gallinero en la parte posterior del patio. Según recuerdos de la señora, cierta noche, unos dos años antes de que sucediera nuestra desgracia y en que el pequeño animal se prestaba a pasar otra noche amordazado y atado de manos y pies, el calor virulento reveló una tenue malignidad y el semihumano logró escapar hacia la línea del tren por entremedio de algunas latas viejas de un antiguo portón trasero.

La señora Leontina me contó  que estuvo toda la noche despierta rogando que nadie se encontrase con tamaña aversión y no esperaba más que el ruido de un balazo certero que calmara esa ansiedad. Pero en la madrugada las latas de entrada volvieron a crujir y apareció el bichito todo cubierto de sangre y mugre. Entro al gallinero y se acurrucó  como un ovillo en un rincón del cuarto y según lo que ella me contó, el animalito no volvió a ponerse de pie hasta el día de su muerte. La señora jamás supo donde había estado toda la noche y solo después de un tiempo se percató de extrañas marcas sobre el lomo de la criatura.

En este punto del relato recuerdo que le supliqué un vaso de agua y que mencioné que me parecía extraño, por decir lo menos, que ella jamás se refiriera al crío como lo que era en realidad, un pequeño niño.

-Ese chiquillo nació sano e íntegro --- me dijo --- fui yo quien lo arrojó al gallinero a que muriera entre los chanchos y los perros, pero no sé cómo sobrevivió  y de apoco lo empecé a alimentar sin darme cuenta de que lo que era en realidad, jamás señalé palabra alguna delante de él  porque tuve la conciencia de no pronunciar verbo para no confundir su ignorancia. La noche donde su amigo murió delante, ese pobre animal se revolcaba y lloraba amargamente  con sonidos bajos y persistentes; se agarraba de los pelos y los jalaba arrancándolos de raíz. Sufría por algo desconocido.  Desde esa vez que se había escapado no había vuelto a hacer rabietas ni escándalos y permanecía la mayor parte del tiempo quieto y con la mirada perdida, pero esa noche se revolcaba y sus heces, que antes arrojaba lejos del gallinero, se las untaba por el cuerpo y comía de ellas con amargura. Cuando la maquina embistió a su amigo, el pequeño lanzó un aullido prolongado, y luego cayó fulminado sobre sus orines y coágulos de sangre. De los cuatro años que lo tuve recluido en ese gallinero jamás había siquiera albergado algún sentimiento hacia esa bestia, pero esa noche algo en mi interior se estremeció al verlo en las penumbras de la muerte. Nunca volvió a ser la misma fierecilla que mordía el plato en cuanto lo dejaba en el piso para que comiera, se iba apagando de a poco y me dediqué a protegerlo de los demás animales hasta que la muerte le sobreviniera. Una tarde de verano,  cuando el olor de sus heces era más fuerte, escuché un sonido ronco que provenía desde el fondo del gallinero, dejé de realizar mis actividades y vine de inmediato a ver al brutito enfermo. Se encontraba de pie en sus extremidades inferiores y cuando me vio hizo un ligero movimiento con su cabeza que interpreté como un gesto para que me acercara, su pestilencia era realmente horrible así que no me acerqué en demasía a las rejas del gallinero. En ese momento me fijé en sus ojos y me estremeció ver un fulgor distinto dentro de sus pupilas, había un ruego ilimitado que se ensanchaba hacía un delgadísimo brazo que extendía suplicante hacía mí. Le tomé uno de sus mugrientos dedos y escuché asombrada y llena de terror como sus labios pronunciaron con una voz ronca y ultra terrena el nombre de usted. Dicho esto se disgregó en el aire como si hubiera explotado desde adentro y el pequeño dedo que quedó en mi mano se desintegro en el viento como cenizas de cigarro.

Recuerdo a la señora dejar de hablar y entendí que su relato había terminado pero yo me sofocaba irremediablemente sentado en esa silla de mimbre, la imagen de la bestia amarrada y declamando mi nombre en su hora fatal, precisamente mi nombre y no otro, mi angustiosa sed y mi desesperanza generalizada hicieron que me desmayara sobre las baldosas del patio de la señora Leontina.

Desperté boqueando y la señora con ayuda de Juanito de la botillería  me habían puesto sobre algunos cojines. Me incorporé con un malestar punzante en la boca del estómago y Juanito me pregunto cómo me sentía:
- Bien, bien, con una Pilsen se me quita.

Juanito me dijo que lo pasara a ver antes de irme y salió del patio. La señora me miraba con ojos extraños, o eso creí yo, me pidió que no contara a nadie lo referido y que no sabía cómo pero lo que me había contado lo había dicho como poseída por una fuerza interior y que ahora se sentía más tranquila pero creía que la justicia la vendría a buscar pronto.

La miré sintiéndome como en una nube de azufre y le dije que nada de lo sucedido en esa casa se debería saber, que ya bastante teníamos con vivir con nuestro propios demonios como para agregarle una sentencia mayor y que no la juzgaba porque cada uno sabia a lo que atenerse cuando las necesidades lo requerían.

Me di vuelta para contener un vómito y le pregunté cómo había logrado saber que era precisamente yo a quien debía decirle estas cosas. Me llevó de la mano hacia el fondo del patio interior y me señaló con  mano temblorosa unas cuantas tablas apiladas, me pidió que las corriera y que viera en el muro. Me acerqué asombrado de que aun el mal olor persistiera, corrí las fétidas maderas y en el muro de lo que había sido la parte trasera del gallinero y con letras inseguras estaba escrito:
CESAR EL QUE MIRA Y CAE
A QUIEN LE QUEDA POCA VIDA
A ÉL.

MAXIMO PORKY
06-11-201306-11-2013

ver también Línea Férrea I

3 comentarios:

  1. ESE MALDITO PERRO PENSÉ QUE ERA UNA ALUCINACIÓN, SALIO EN CUATRO PATAS CORRIENDO DESDE LA LINEA DE TREN Y SE PERDIÓ ENTRE LA BASURA DE LA ESQUINA. EN LA CASA NO ME PESCARON PORQUE CREÍAN QUE YA ANDABA VOLADO, PERO AHORA QUE LEO ESTE RELATO LA IMAGEN DE ESA NOCHE JAMÁS SE HA BORRADO DE MI CABEZA. ESE OLOR NAUSEABUNDO Y EL CALOR INFERNAL TODAVÍA ME DA NAUSEAS...

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  2. Buenisimo relato. Felicitaciones.

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  3. Gracias por los comentarios. Estaría bueno que dejaran algún contacto para seguir mandando publicaciones... y bueno si quieren colaborar también... saludos y sigan dejando comentarios (sino me siento solo.... jejeje).

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