Desde un lugar olvidado de la ciudad. Un barrio masticado y fagocitado
por la civilización. Un narrador embrutecido por el alcohol, un viejo avaro,
una vieja loca y un ente estigmatizado por la desventura… Una saga
pelotuda que recién comienza…
Línea Férrea II.
No
quería volver a transitar por las calles de mi antiguo barrio, mis amigos
también habían dejado estos recorridos, algunos renunciaron a marchar en este mundo y decidieron violentar
el destino arrojándose al vacío de una caída segura, otros habían olvidado la
muerte con vidas trabajosas e hijos mal criados. Yo por mi parte, resoplaba los inmundos halitos
del trago sin medida e intentaba, sin ánimos ni inteligencia, recordar algo de
esa maldita noche.
Me bajé
de la micro muy cerca de donde había ocurrido la desgracia y le hice el quite yéndome directo
a la botillería del “tanano”. El hombre seguía en píe, aunque los años lo
dejaban trasladarse despacio como si la muerte lo esperara sin apuro.
Después
de los saludos y cordialidades correspondientes le solicité me sirviera lo más
barato en vinos y puso sobre el mesón un medio pato de pipeño que agradecí
empinándomelo en seguida. Cuando vio que
recobraba el pulso, que encendía un cigarro
y le pedía otro medio pato, se acercó y me dijo con voz callada:
- Cesar, antes
que te tomes el otro deberías ir a hablar con la señora Leontina…
- ¿Quién es la
señora Leontina?- Lo interrumpí medio contrariado.
- La vecina de
aquí al lado, dos casas más hacia el puente, la señora del baño de pozo- me dijo
con el mismo tono de voz con que uno pide un vaso de agua.
De
todas formas me empiné el segundo medio litro y salí a la calle con el alma
porfiada en volver lo antes posible para saciar una sed desmedida.
Las
casas de la avenida principal de nuestra población por la vereda norte
colindaban con la línea del tren y las del lado sur tenían a sus espaldas el
zanjón de la aguada.
La
casa de la señora Leontina daba justo en su parte posterior al lugar donde
había ocurrido el infortunio y recordé que siempre en ese lugar había un olor
putrefacto que se mezclaba con los otros olores malsanos del barrio y que
sabíamos venía de un baño de pozo que esa casa tenía en su patio interior. Caminé
los pasos ya sabidos en mi memoria y me di cuenta, bajo el sol de la primavera
y contemplando ese espacio sucio y vacío que la avenida principal dibujaba
sobre el suelo, que habíamos sido malditos al nacer en tamaña porquería.
La
casa de esta señora era igual al resto de toda la población pero el antejardín
seguía lleno de flores y plantas y su entrada enrejada era más oscura y fría
que las demás.
Como
si me estuviera esperando, la señora Leontina estaba en su antejardín sentada
bajo una frondosa buganvilia y me saludo afectuosamente cuando me vio. Me hizo
pasar a su patio y me invitó a que me sentará en una silla de mimbre. Lo que me
contó esa tarde lo recuerdo a medias y creo que más de la mitad lo he
inventado, supongo que fue debido al
embotamiento que me causo el calor insoportable de ese patio y debido a mis
ansias de salir lo antes posible de ahí para seguir bebiendo.
Pero
dejaré en voz de ella lo que siempre con la cabeza gacha me relató… “Yo sé lo
que usted vivió esa noche porque los estaba mirando desde el muro que está
detrás de la que ahora es la animita. ¿Ha ido usted? No importa, usted sabe de
dónde le hablo…”
Nosotros
lo que si sabíamos era que esta señora era la madre de unas de las minas más
ricas de la población y que la hija después de estar un tiempo viviendo lejos
de su casa se había ido a Australia o algún lugar culiao lejos. Lo que ella me
explicó fue que su hija había quedado embarazada y que ni ella como abuela ni
la otra como madre necesitaban un guacho que les arruinara los años venideros,
en especial a su madre universitaria. Así que la abuela escondió a la hija
dificultada durante casi todo el periodo que duro el embarazo y que nacida la
criatura, la abuela le entregó un sobre con dinero y con un pasaje de avión haciéndole
jurar que nunca más volvería a esta rematada población.
La
abuela crío a escondidas a lo que vino ser un varón y que lo hacía vivir en un
gallinero en la parte posterior del patio. Según recuerdos de la señora, cierta
noche, unos dos años antes de que sucediera nuestra desgracia y en que el
pequeño animal se prestaba a pasar otra noche amordazado y atado de manos y
pies, el calor virulento reveló una tenue malignidad y el semihumano logró
escapar hacia la línea del tren por entremedio de algunas latas viejas de un
antiguo portón trasero.
La
señora Leontina me contó que estuvo toda
la noche despierta rogando que nadie se encontrase con tamaña aversión y no
esperaba más que el ruido de un balazo certero que calmara esa ansiedad. Pero
en la madrugada las latas de entrada volvieron a crujir y apareció el bichito
todo cubierto de sangre y mugre. Entro al gallinero y se acurrucó como un ovillo en un rincón del cuarto y
según lo que ella me contó, el animalito no volvió a ponerse de pie hasta el
día de su muerte. La señora jamás supo donde había estado toda la noche y solo
después de un tiempo se percató de extrañas marcas sobre el lomo de la
criatura.
En
este punto del relato recuerdo que le supliqué un vaso de agua y que mencioné
que me parecía extraño, por decir lo menos, que ella jamás se refiriera al crío
como lo que era en realidad, un pequeño niño.
-Ese chiquillo
nació sano e íntegro --- me dijo --- fui yo quien lo arrojó al gallinero a que
muriera entre los chanchos y los perros, pero no sé cómo sobrevivió y de apoco lo empecé a alimentar sin darme
cuenta de que lo que era en realidad, jamás señalé palabra alguna delante de
él porque tuve la conciencia de no
pronunciar verbo para no confundir su ignorancia. La noche donde su amigo murió
delante, ese pobre animal se revolcaba y lloraba amargamente con sonidos bajos y persistentes; se agarraba
de los pelos y los jalaba arrancándolos de raíz. Sufría por algo
desconocido. Desde esa vez que se había
escapado no había vuelto a hacer rabietas ni escándalos y permanecía la mayor
parte del tiempo quieto y con la mirada perdida, pero esa noche se revolcaba y
sus heces, que antes arrojaba lejos del gallinero, se las untaba por el cuerpo
y comía de ellas con amargura. Cuando la maquina embistió a su amigo, el
pequeño lanzó un aullido prolongado, y luego cayó fulminado sobre sus orines y
coágulos de sangre. De los cuatro años que lo tuve recluido en ese gallinero
jamás había siquiera albergado algún sentimiento hacia esa bestia, pero esa
noche algo en mi interior se estremeció al verlo en las penumbras de la muerte.
Nunca volvió a ser la misma fierecilla que mordía el plato en cuanto lo dejaba
en el piso para que comiera, se iba apagando de a poco y me dediqué a
protegerlo de los demás animales hasta que la muerte le sobreviniera. Una tarde
de verano, cuando el olor de sus heces
era más fuerte, escuché un sonido ronco que provenía desde el fondo del
gallinero, dejé de realizar mis actividades y vine de inmediato a ver al
brutito enfermo. Se encontraba de pie en sus extremidades inferiores y cuando
me vio hizo un ligero movimiento con su cabeza que interpreté como un gesto
para que me acercara, su pestilencia era realmente horrible así que no me
acerqué en demasía a las rejas del gallinero. En ese momento me fijé en sus
ojos y me estremeció ver un fulgor distinto dentro de sus pupilas, había un
ruego ilimitado que se ensanchaba hacía un delgadísimo brazo que extendía
suplicante hacía mí. Le tomé uno de sus mugrientos dedos y escuché asombrada y
llena de terror como sus labios pronunciaron con una voz ronca y ultra terrena
el nombre de usted. Dicho esto se disgregó en el aire como si hubiera explotado
desde adentro y el pequeño dedo que quedó en mi mano se desintegro en el viento
como cenizas de cigarro.
Recuerdo
a la señora dejar de hablar y entendí que su relato había terminado pero yo me
sofocaba irremediablemente sentado en esa silla de mimbre, la imagen de la
bestia amarrada y declamando mi nombre en su hora fatal, precisamente mi nombre
y no otro, mi angustiosa sed y mi desesperanza generalizada hicieron que me
desmayara sobre las baldosas del patio de la señora Leontina.
Desperté
boqueando y la señora con ayuda de Juanito de la botillería me habían puesto sobre algunos cojines. Me
incorporé con un malestar punzante en la boca del estómago y Juanito me
pregunto cómo me sentía:
- Bien, bien,
con una Pilsen se me quita.
Juanito
me dijo que lo pasara a ver antes de irme y salió del patio. La señora me
miraba con ojos extraños, o eso creí yo, me pidió que no contara a nadie lo
referido y que no sabía cómo pero lo que me había contado lo había dicho como
poseída por una fuerza interior y que ahora se sentía más tranquila pero creía
que la justicia la vendría a buscar pronto.
La
miré sintiéndome como en una nube de azufre y le dije que nada de lo sucedido
en esa casa se debería saber, que ya bastante teníamos con vivir con nuestro
propios demonios como para agregarle una sentencia mayor y que no la juzgaba
porque cada uno sabia a lo que atenerse cuando las necesidades lo requerían.
Me
di vuelta para contener un vómito y le pregunté cómo había logrado saber que era
precisamente yo a quien debía decirle estas cosas. Me llevó de la
mano hacia el fondo del patio interior y me señaló con mano temblorosa unas cuantas tablas apiladas,
me pidió que las corriera y que viera en el muro. Me acerqué asombrado de que
aun el mal olor persistiera, corrí las fétidas maderas y en el muro de lo que
había sido la parte trasera del gallinero y con letras inseguras estaba
escrito:
CESAR EL QUE
MIRA Y CAE
A QUIEN LE
QUEDA POCA VIDA
A ÉL.
MAXIMO PORKY
06-11-201306-11-2013
ver también Línea Férrea I
ESE MALDITO PERRO PENSÉ QUE ERA UNA ALUCINACIÓN, SALIO EN CUATRO PATAS CORRIENDO DESDE LA LINEA DE TREN Y SE PERDIÓ ENTRE LA BASURA DE LA ESQUINA. EN LA CASA NO ME PESCARON PORQUE CREÍAN QUE YA ANDABA VOLADO, PERO AHORA QUE LEO ESTE RELATO LA IMAGEN DE ESA NOCHE JAMÁS SE HA BORRADO DE MI CABEZA. ESE OLOR NAUSEABUNDO Y EL CALOR INFERNAL TODAVÍA ME DA NAUSEAS...
ResponderBorrarBuenisimo relato. Felicitaciones.
ResponderBorrarGracias por los comentarios. Estaría bueno que dejaran algún contacto para seguir mandando publicaciones... y bueno si quieren colaborar también... saludos y sigan dejando comentarios (sino me siento solo.... jejeje).
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