La reflexion en torno al amor desde un punto de vista antagonista, revolucionario, libertario… llame como se le llame, ha estado presente siempre en ambitos del cuestiomanimiento y oposición al actual orden político económico. Este texto, con una retórica de pedagogía de masas, que no comparto del todo, habla sobre este tema de una forma bastante honesta. Hasta esta altura no creo en la supuesta evolución del hombre, ni en la unidireccionalidad de la historia, ideas que están por detrás de la reflexión del clásico pensador anarquista, pero creo que es da un buen pie para comenzar a reflexionar sobre el tema del amor. Tema que muchas veces se nos vuelve un problema, o genera problemas, sobre todo cuando se torna posesión y sus consecuentes celos, envidias y violencia real y simbólica, y que muchos hemos vivido, de ahí el título de este panfleto pienso yo. Es triste ver como la miseria de la vida burguesa se reproduce en círculos supuestamente antagonistas. Creo que es necesario que todo aquel que se considere contrario al actual sistema de dominación se pregunte algunas cosas sobre este sentimiento que esta presente en toda nuestra existencia, aun cuando se manifiesta de forma negativa. Creo que la primera vez que leí este texto me genero hasta risa -y aun me rio bastante, como de la mayoría de los textos doctrinarios- pero las preguntas que se planteaba Malatesta hace unos 100 años, aún tienen una vigencia importante en este tiempo. Una buena pregunta es intentar saber cómo se asume el amor en culturas no occidentales, no cristianas, no monoteístas, ya que el amor es una construcción histórica, una mitología, un producto ideológico y todas las idioteses que hacemos en su nombre la tomamos como si fuera algon "natural", es decir la ideología dominante ha hecho bien la pega. Como es la consigna de este blog-zine que cada cual rescate lo que considere pertinente de lo que se lea acá y lo asuma en su vida cotidiana. Sino… púdranse!!!
El problema del amor
Errico Malatesta
Al
principio puede parecer extraño que la cuestión del amor y todas las que le son
conexas preocupen mucho a un gran número de hombres y de mujeres mientras que
hay otros problemas más urgentes, si no más importantes, que debieran acaparar
toda la atención y toda la actividad de los que buscan el modo de remediar los
males que sufre la humanidad.
Encontramos
diariamente gentes aplastadas bajo el peso de las instituciones actuales;
gentes obligadas a alimentarse malamente y amenazadas a cada instante de caer
en la miseria más profunda por falta de trabajo o a consecuencia de una
enfermedad; gentes que se hallan en la imposibilidad de criar convenientemente
a sus hijos, que mueren a menudo careciendo de los cuidados necesarios; gentes
condenadas a pasar su vida sin ser un solo día dueñas de sí mismas, siempre a
merced de los patronos o de la policía; gentes para las cuales el derecho de
tener una familia y el derecho de amar es una ironía sangrienta y que, sin
embargo, no aceptan los medios que les proponemos para sustraerse a la
esclavitud política y económica si antes no sabemos explicarles de qué modo, en
una sociedad libertaria, la necesidad de amar hallará su satisfacción y de qué
modo comprendemos la organización de la familia. Y, naturalmente, esta
preocupación se agranda y hace descuidar y hasta despreciar los demás problemas
en personas que tienen resuelto, particularmente, el problema del hambre y que
se hallan en situación normal de poder satisfacer las necesidades más
imperiosas porque viven en un ambiente de bienestar relativo. Este hecho se
explica dado el lugar inmenso que ocupa el amor en la vida moral y material del
hombre, puesto que en el hogar, en la familia, es donde el hombre gasta la
mayor y mejor parte de su vida. Y se explica también por una tendencia hacia el
ideal que arrebata al humano espíritu tan pronto como se abre a la conciencia.
Mientras el hombre sufre sin darse cuenta de los sufrimientos, sin buscar el
remedio y sin rebelarse, vive semejante a los brutos, aceptando la vida tal
como la encuentra.
Pero
desde que comienza a pensar y a comprender que sus males no se deben a
insuperables fatalidades naturales, sino a causas humanas que los hombres
pueden destruir, experimenta en seguida una necesidad de perfección y quiere,
idealmente al menos, gozar de una sociedad en que reine la armonía absoluta y
en que el dolor haya desaparecido por completo y para siempre.
Esta
tendencia es muy útil, ya que impulsa a marchar adelante, pero también se
vuelve nociva si, con el pretexto de que no se puede alcanzar la perfección y
que es imposible suprimir todos los peligros y defectos, nos aconseja descuidar
las realizaciones posibles para continuar en el estado actual.
Dibujo de Max Vadala |
***
Ahora bien, y
digámoslo en seguida, no tenemos ninguna solución para remediar los males que
provienen del amor, pues no se pueden destruir con reformas sociales, ni
siquiera con un cambio de costumbres. Están determinados por sentimientos
profundos, podríamos decir fisiológicos, del hombre y no son modificables,
cuando lo son, sino por una lenta evolución y de un modo que no podemos prever.
Queremos la libertad; queremos que los hombres y las mujeres puedan amarse y
unirse libremente sin otro motivo que el amor, sin ninguna violencia legal,
económica o física. Pero la libertad, aún siendo la única solución que podemos
y debemos ofrecer, no resuelve radicalmente el problema, dado que el amor, para
ser satisfecho, tiene necesidad de dos libertades que concuerden y que a menudo
no concuerdan de modo alguno; y dado también que la libertad de hacer lo que se
quiere es una frase desprovista de sentido cuando no se sabe querer alguna
cosa. Es muy fácil decir: «cuando un hombre y una mujer se aman, se unen, y
cuando dejan de amarse, se separan». Pero sería necesario, para que este
principio se convirtiese en regla general y segura de felicidad, que se amaren
y cesaren de amar al mismo tiempo. ¿Y si uno ama y no es amado? ¿Y si uno aún
ama y el otro ya no le ama y trata de satisfacer una nueva pasión? ¿Y si uno
ama a un mismo tiempo a varias personas que no pueden adaptarse a esta promiscuidad?
«Yo soy feo -nos decía una vez un amigo-. ¿Qué haré si nadie quiere amarme?».
La pregunta mueve a risa, pero también nos deja entrever verdaderas tragedias.
Y otro, preocupado por el mismo problema, nos decía: «Actualmente, si no
encuentro el amor, lo compro, aunque tenga que economizar mi pan. ¿Qué haré
cuando no hayan mujeres que se vendan?» La pregunta es horrible, pues muestra
el deseo de que haya seres humanos obligados por el hambre a prostituirse; pero
es también terrible... y terriblemente humano. Algunos dicen que el remedio
podría hallarse en la abolición radical de la familia, la abolición de la
pareja sexual más o menos estable, reduciendo el amor al solo acto físico o por
mejor decir, transformándolo, con la unión sexual por añadiduría, en un
sentimiento parecido a la amistad, que reconozca la multiplicidad, la variedad,
la contemporaneidad de afectos. ¿Y los hijos?... Hijos de todos. ¿Puede ser
abolida la familia? ¿Es de desear que lo sea? Hagamos observar antes que nada,
que, a pesar del régimen de opresión y de mentira que ha prevalecido y
prevalece aún en la familia, ésta ha sido y continúa siendo el más grande
factor de desarrollo humano, pues en la familia es donde el hombre normal se
sacrifica por el hombre y cumple el bien por el bien, sin desear otra
compensación que el amor de la compañera y de los hijos.
Pero,
se nos dice, una vez eliminadas las cuestiones de intereses, todos los hombres
serán humanos y se amarán mutuamente. Ciertamente, no se odiarán; cierto que el
sentimiento de simpatía y de solidaridad se desarrollaría mucho y que el
interés general de los hombres se convertiría en un factor importante en la
determinación de la conducta de cada uno. Pero esto no es aún amor. Amar a todo
el mundo se parece mucho a no amar a nadie. Podemos, tal vez socorrer, pero no
podemos llorar todas las desgracias, pues nuestra vida se deslizaría entera
entre lágrimas y, sin embargo, el llanto de la simpatía es el consuelo más
dulce para un corazón que sufre. La estadística de las defunciones y de los
nacimientos puede ofrecernos datos interesantes para conocer las necesidades de
la sociedad; pero no dice nada a nuestros corazones. Nos es materialmente
imposible entristecernos por cada hombre que muere y regocijarnos por cada
nacimiento. Y si no amamos a alguien más vivamente que a los demás; si no hay
un sólo ser por el cual no estemos particularmente dispuestos a sacrificarnos;
si no conocemos otro amor que este amor moderado, vago, casi teórico, que
podemos sentir por todos, ¿no resultaría la vida menos rica, menos fecunda,
menos bella? ¿no se vería disminuida la naturaleza humana en sus más bellos
impulsos? ¿acaso no nos veríamos privados de los goces más profundos? ¿no
seríamos más desgraciados? Por lo demás, el amor es lo que es. Cuando se ama
fuertemente, se siente la necesidad del contacto, de la posesión exclusiva del
ser amado. Los celos, comprendidos en el mejor sentido de la palabra, parecen
formar y forman generalmente una sola cosa con el amor. El hecho podrá ser
lamentable, pero no puede cambiarse a voluntad, ni siquiera a voluntad del que
personalmente los sufre. Para nosotros el amor es una pasión que engendra por
sí mismo tragedias. Estas tragedias no se traducirían más, ciertamente, en
actos violentos y brutales si el hombre tuviese el sentimiento de respeto a la
libertad ajena, si tuviese bastante imperio sobre sí mismo para comprender que
no se remedia un mal con otro mayor, y si la opinión pública no fuese, como
hoy, tan indulgente con los crímenes pasionales; pero las tragedias no serían
por esto menos dolorosas. Mientras los hombres tengan los sentimientos que
tienen -y un cambio en el régimen económico y político de la sociedad no nos
parece suficiente para modificarlos por entero- el amor produciría al mismo
tiempo que grandes alegrías, grandes dolores. Se podrá disminuirlos o
atenuarlos, con la eliminación de todas las causas que pueden ser eliminadas,
pero su destrucción completa es imposible. ¿Es ésta una razón para no aceptar
nuestras ideas y querer permanecer en el estado actual? Así se obraría como
aquel que no pudiendo comprarse vestidos lujosos, prefiriese ir desnudo, o que
no pudiendo comer perdices todos los días renunciase al pan, o como un médico
que, dada la impotencia de la ciencia actual ante ciertas enfermedades, se
negase a curar las que son curables.
Eliminemos
la explotación del hombre por el hombre, combatamos la pretensión brutal del
macho que se cree dueño de la hembra, combatamos los prejuicios religiosos,
sociales y sexuales, aseguremos a todos, hombres, mujeres y niños, el bienestar
y la libertad, propaguemos la instrucción y entonces podremos regocijarnos con
razón si no quedan más males que los del amor.
En
todo caso, los desgraciados en amor, podrán procurarse otros goces, pues no
sucederá como hoy, en que el amor y el alcohol constituyen los únicos consuelos
de la mayor parte de la humanidad.
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